lunes, junio 21


ADIÓS.

Cicatriz de pirata.

No lo entiendo. Esta Cicatriz... se resiste a echar el cierre. Debe ser la sangre salada que le bulle en el corazón. O los geniecillos informáticos. No sé...Cicatriz de pirata reivindica el suicidio y no la muerte "a mi antojo" como Augusto Pérez, el de Niebla. Está claro: al final me hace un guiño con el único ojo sano que le queda. El de cristal se lo guarda para las grandes ocasiones. Esperemos que ésta sí sea la última entrada. Ya, sin foto.

Julia conducía con gusto. Prefería el viento por la ventanilla al aire acondicionado. La autovía se deslizaba monocorde y el coche se dejaba guiar con la yema de los dedos. Las nubes bajaban y subían como en una noria y el sol se alternaba en claroscuros como si hubiera quedado encerrado para siempre en un cuadro de la campiña inglesa. Búnbury. He pecado, he pecado, mira, no te acerques a mi lado. Se había grabado ese CD para cantarlo a voz en grito amé con las fuerzas de mi corazón...y con rotulador indeleble había escrito sobre él Las mías y eso, hoy día, hace daño...

Julia conocía muchos tipos de memoria. Sabía de la memoria instantánea que es la que, sin pensar, le hacía poner el intermitente a la derecha y tomar la A1. Sabía de la memoria lingüística y de cierta memoria visual, un vestido marinero y el cielo lleno de colores que se desvanecían por arte de birlibirloque, los ojos redondos y la garganta seca por la respiración contenida, supercalifragilísticoespialidoso. La memoria que obligaba a Julia a secarse una lágrima inexplicable, una lágrima tras sus gafas de sol, mientras conducía suavemente, una lágrima despiadada... era la memoria emocional. Una memoria que no recuerda sino que siente directamente. Puede que los sentimientos sean hasta difíciles de calibrar y sin embargo ahí está...la emoción antigua. Incrustada en la piel como si fuera un chip. Julia, que ya no se mordía las uñas, limaba su piel para recobrar un perfume, una sonrisa ladeada, una cicatriz de pirata. Ese chip guardaba, bajo siete capas de piel, el nombre de los días y el nombre de las horas. También el nombre de su nombre. Ah, estaba cansada de la ingeniería informática que le impedía catalogar sus emociones y dejarlas guardadas en un archivo de su desván. Y es que el cerebro también tiene desván. En el apilamos nuestra mochila llena de ilusiones, de culpas, de responsabilidades, de miedo, de trenes perdidos... ¡Y dale con las frases hechas! ¡Con lo poco que le gustan a Julia! El coche serpenteaba por el atardecer y la luz del solsticio sesteaba en su piel morena, llevada por el viento. Le habían dado un diagnóstico y por primera vez se sentía conforme con la interpretación y el análisis. Sí, estaba de acuerdo y además ya no tenía ansiedad ni síntomas de angustia y su vida se "caotizaba" o se "ordenalizaba" en perfecta comunión. Entonces... ENTONCES... El grito de rabia de Julia dejó en el limbo la quinta pista del CD. Alma mía, sola, siempre sola... A lo mejor fue un aullido que se ahogó en la letra de la vieja canción. Vaya, cada canción tiene su historia. Si yo encontrara un alma como la mía cuantas cosas le contaría. Un alma que, al mirarme, sin decir nada, me lo dijese todo con su mirada. La vida funcionaba y sin embargo la segunda lágrima llegó hasta la comisura de los labios. Se la secó con el dorso rapidamente. A veces me pregunto qué pasaría si yo encontrara un alma como la mía. De repente Julia dió un frenazo en seco; el pie se le quedó clavado en el pedal del freno: la memoria instantánea, sin lugar a dudas, le funcionaba y, aunque ella en aquel instante estaba a muchos años luz, vete a saber en qué galaxia, se alineó perfectamente en la fila del atasco. Qué ocurriría? Coche de bomberos y ambulancias taponaban la entrada del tunel de Somosierra

Julia apagó el motor del coche. Pensaba en la oscuridad del tunel. Muchos viajeros habían optado por salir del vehículo. Se hablaba en voz queda y se hacían conjeturas. Bajó el volumen y cerró la ventanilla. Hundió los ojos en la entrada del tunel y la tercera lágrima, sin conmiseración, cayó en su polo blanco. La tristeza afecta a los pulmones y el miedo al riñón. Sonrió: hacía mucho tiempo que no le dolía el riñón pero el asma, en esas fechas, vivía con ella y le oprimía el pecho. A Julia, detrás de ese tunel, le esperaban un micrófono y una sala, probablemente, concurrida. Varias entrevistas. Varias preguntas. Una presentación. Aplausos. Probablemente. Leería sus poemas dando a cada palabra su espacio y su tiempo. Ese ritmo cadencioso que embarcaba a los que la escuchaban y a ella misma dentro de una nave en la entropía finita de un agujero negro. La policía empezó a ordenar el atasco y a dejar una vía de paso al furgón de atestados y a la grua. Las ambulancias comenzaron su particular devenir mientras la luz de las sirenas giraba tres vueltas por delante del mundo. Al otro lado del tunel aguardaba la habitación número tres del Palacio de Brias y Julia elucubraba: a esa altura de la montaña aquella boca de tunel era su tarjeta de embarque para una vida desemejante. Si no atravesaba el tunel... Recostó el asiento y se estiró cerrando los ojos. Si no atravesaba el tunel, dormiría en su cama y antes de cerrar ese día, mirararía, una vez más, a las dos mujeres, cómplices en un mar de silencio, desnudas en la playa. Esa pintura iba con ella: siempre estaba junto a la cama en que soñaba.
¡Vaya, con las condicionales! En algunos momentos creemos que elegimos pero lo cierto es que todo nos viene dado. Sin embargo...siempre hay un instante para abandonar la duda, entonces los dedos se nos hacen huéspedes y de repente nos convertimos en filósofos hablando del fluir de la vida. Es muy sencillo: no queremos elegir. Esperamos que los minutos decidan por nosotros. Y aceptamos y nos sometemos al devenir como calvinistas ultramontanos. El caso es que Julia no podía sacar el coche de ese atasco. Sus frases condicionales estaban resueltas: en el momento en que dieran paso, ella ocuparía su puesto en la larga fila y continuaría hacia el otro lado. En el fondo sabía que no iba a ningún sitio y que nada importante dejaba atrás. Se llevaba a si misma. Y sólo a si misma se esperaba y se daba tiempo. Nada más.
El silbato de un policía la hizo abrir los ojos. Señora, póngase en marcha y guarde la distancia. Empezó a circular al tiempo que empezaba la inquietud en el estómago: no le apetecía entrar en ese tunel. Una claustofobia cavernícola la invadió y la obligó a reajustar la respiración. Miró alrededor para engancharse a cualquier pensamiento o a cualquier cara...y en el mismo instante en que la cuarta lágrima rodaba, sin justificación alguna, camino del mentón, vió en la fila de la derecha la matrícula que sabía de memoria. Sólo miró la matrícula. La boca del tunel se abría...

Hasta aquí ha llegado Cicatriz de pirata. Se acaba el blog. Empieza el libro. Cicatriz de pirata es ya un libro de poemas y en septiembre, si los dioses nos acompañan y la editorial no se rinde, verá la luz. Podría cambiar el nombre o iniciar otro blog pero, la verdad es que ya no es tiempo... Julia es otra historia. Sigue su camino y sus capítulos. Un poco escéptica pero con el amor en el alma. También en la piel.
Navegando entre cuadernos de bitácora he conocido a gente estupenda y he descubierto caminos, senderos y atajos. Algunos parcos y otros extensos. Algunos rectos y otros tortuosos. Algunos blancos y otros de grava. Todo va conmigo y espero no dejármelo atrás. Os seguiré leyendo y comentando. Y como no podía ser de otra manera Cicatriz de pirata cierra la ventana y echa la persiana con un poema. Ha sido un gusto. Hasta pronto.

Si es posible...
Si a los dioses y a la rotación de la tierra
no les importa, quiero
que seas tú y no el tren
que nunca para ni el cartero
que siempre llega a las nueve,
que seas tú quien me despierte.
Tú, la que me mire
con los ojos cerrados
y me regale la primera luna
o la última estrella.

Si no afecta a la Ley de Newton
ni a la fuerza centrípeta de los planetas,
llenaré la cocina con café
y pan recién tostado,
pondré sobre la mesa tu zumo
de naranja y los primeros titulares
de la mañana.

Quiero
que tú y yo veamos la próxima glaciación,
el nuevo orden cósmico,
la revolución de las mareas
como ahora mismo vemos la silueta
del "león dormido" desde la ventana
de la cocina.
Como ahora mismo adivinas
los años que pasé sin ti
y las horas de los días que nos esperan.

...Y todo esto será,
ocurrirá,
si las leyes
que rigen este universo,
si la luna llena
y el vuelo azul de la mariposa
lo permiten.

Victoria.

domingo, junio 20


Adiós.
Cicatriz de pirata
Bueno, soy un desastre para la informática. Veréis, publico mi última entrada, mi entrada de despedida (muy lograda esta antítesis) y lo hago con la fecha en la que escribí el borrador, a saber, 3 de junio. En fin, que mi última entrada ha quedado como penúltima entrada, antes de "Apúntate al RE". Si la queréis leer, ahí está. Será el único blog que se despide antepenúltimamente. Y con foto repetida. Vaya...

sábado, junio 5

Apúntate al RE

En eso quedamos el jueves por la noche. Me explico. Mi amigo Pepe tiene una mercería en la calle Escuelas. Una mercería que huele a lazos, hebillas, bobinas de hilo, madejas de lana... Una mercería verde. De madera. Con pájaros. Con vino dulce. Con sombreros de panamá. Por El Desván puedes pasear los ojos sin miedo a perderlos, puedes jugar entre colores y sedas, medir cinta con los brazos o hundir los dedos en flecos, borlas, corchetes, espumillas, cordones... Y como buena tienda, ésta también tiene su trastienda. Lo más importante del Desván y de Pepillo es la trastienda. Pasamanería del alma. Allí, junto a una lámpara con lupa, está la máquina de forrar botones y el viejo huevo de madera. En esta mesa de trabajo me he remendado y me he puesto hebillas; he escrito un poema lleno de lágrimas y he abierto también una caja llena de amor. La trastienda recoge todo. Teatro, cine, el periódico local, canciones , las últimas fotos, el penúltimo viaje, conversaciones a media voz, despedidas y encuentros, lo que nadie puede o quiere saber... En la trastienda se reabren puertas, se recicla el tiempo, se refrescan los años, se repiensa la vida, se resueñan ilusiones, se retocan arrugas, se recomponen historias, se relee, se rejuega, se relame, se replanta, se reama... El jueves pasado, alrededor de un Corcovo (yo, agua; era mi semana sin alcohol: limpieza visceral.) Pepe nos pidió a "los de costumbre" una idea para las bolsas de papel del Desvan. Quiere tatuarlas y que sean guaguas, trenes, carricoches, transportatodo para llevar de todo, para que nos acompañen hasta que se caigan de viejas o para perderlas en cualquier lugar perdido. Los ojos y las neuronas nos hicieron chiribitas y empezamos a pensar en voz alta...entonces Nieves dijo que nos podíamos apuntar al RE. Y así empezamos a repensar. Y a regocijarnos cada vez que se nos reocurrían acciones y palabras. Al final nos quedamos con seis verbos definitivos y dos frases concluídas.
Repiensa.
Recicla.
Retoca.
Regusta.
Recuenta tus estrellas.
Recose tus heridas.
Y esta última frase no la dije yo. Bolsas de papel con tatuaje? con cicatriz? Apúntate al RE.

jueves, junio 3

ADIÓS.
Cicatriz de pirata.

Julia conducía con gusto. Prefería el viento por la ventanilla al aire acondicionado. La autovía se deslizaba monocorde y el coche se dejaba guiar con la yema de los dedos. Las nubes bajaban y subían como en una noria y el sol se alternaba en claroscuros como si hubiera quedado encerrado para siempre en un cuadro de la campiña inglesa. Bumbury. He pecado, he pecado, mira, no te acerques a mi lado. Se había grabado ese CD para cantarlo a voz en grito amé con las fuerzas de mi corazón...y con rotulador indeleble había escrito sobre él Las mías y eso, hoy día, hace daño...


Julia conocía muchos tipos de memoria. Sabía de la memoria instantánea que es la que, sin pensar, le hacía poner el intermitente a la derecha y tomar la A1. Sabía de la memoria lingüística y de cierta memoria visual, un vestido marinero y el cielo lleno de colores que se desvanecían por arte de birlibirloque, los ojos redondos y la garganta seca por la respiración contenida, supercalifragilísticoespialidoso. La memoria que obligaba a Julia a secarse una lágrima inexplicable, una lágrima tras sus gafas de sol, mientras conducía suavemente, una lágrima despiadada... era la memoria emocional. Una memoria que no recuerda sino que siente directamente. Puede que los sentimientos sean hasta difíciles de calibrar y sin embargo ahí está...la emoción antigua. Incrustada en la piel como si fuera un chip. Julia, que ya no se mordía las uñas, limaba su piel para recobrar un perfume, una sonrisa ladeada, una cicatriz de pirata. Ese chip guardaba, bajo siete capas de piel, el nombre de los días y el nombre de las horas. También el nombre de su nombre. Ah, estaba cansada de la ingeniería informática que le impedía catalogar sus emociones y dejarlas guardadas en un archivo de su desván. Y es que el cerebro también tiene desván. En el apilamos nuestra mochila llena de ilusiones, de culpas, de responsabilidades, de miedo, de trenes perdidos... ¡Y dale con las frases hechas! ¡Con lo poco que le gustan a Julia! El coche serpenteaba por el atardecer y la luz del solsticio sesteaba en su piel morena, llevada por el viento. Le habían dado un diagnóstico y por primera vez se sentía conforme con la interpretación y el análisis. Sí, estaba de acuerdo y además ya no tenía ansiedad ni síntomas de angustia y su vida se "caotizaba" o se "ordenalizaba" en perfecta comunión. Entonces... ENTONCES... El grito de rabia de Julia dejó en el limbo la quinta pista del CD. Alma mía, sola, siempre sola... A lo mejor fue un aullido que se ahogó en la letra de la vieja canción. Vaya, cada canción tiene su historia. Si yo encontrara un alma como la mía cuantas cosas le contaría. Un alma que, al mirarme, sin decir nada, me lo dijese todo con su mirada. La vida funcionaba y sin embargo la segunda lágrima llegó hasta la comisura de los labios. Se la secó con el dorso rapidamente. A veces me pregunto qué pasaría si yo encontrara un alma como la mía. De repente Julia dió un frenazo en seco; el pie se le quedó clavado en el pedal del freno: la memoria instantánea, sin lugar a dudas, le funcionaba y, aunque ella en aquel instante estaba a muchos años luz, vete a saber en qué galaxia, se alineó perfectamente en la fila del atasco. Qué ocurriría? Coche de bomberos y ambulancias taponaban la entrada del tunel de Somosierra






Julia apagó el motor del coche. Pensaba en la oscuridad del tunel. Muchos viajeros habían optado por salir del vehículo. Se hablaba en voz queda y se hacían conjeturas. Bajó el volumen y cerró la ventanilla. Hundió los ojos en la entrada del tunel y la tercera lágrima, sin conmiseración, cayó en su polo blanco. La tristeza afecta a los pulmones y el miedo al riñón. Sonrió: hacía mucho tiempo que no le dolía el riñón pero el asma, en esas fechas, vivía con ella y le oprimía el pecho. A Julia, detrás de ese tunel, le esperaban un micrófono y una sala, probablemente, concurrida. Varias entrevistas. Varias preguntas. Una presentación. Aplausos. Probablemente. Leería sus poemas dando a cada palabra su espacio y su tiempo. Ese ritmo cadencioso que embarcaba a los que la escuchaban y a ella misma dentro de una nave en la entropía finita de un agujero negro. La policía empezó a ordenar el atasco y a dejar una vía de paso al furgón de atestados y a la grua. Las ambulancias comenzaron su particular devenir mientras la luz de las sirenas giraba tres vueltas por delante del mundo. Al otro lado del tunel aguardaba la habitación número tres del Palacio de Brias y Julia elucubraba: a esa altura de la montaña aquella boca de tunel era su tarjeta de embarque para una vida desemejante. Si no atravesaba el tunel... Recostó el asiento y se estiró cerrando los ojos. Si no atravesaba el tunel, dormiría en su cama y antes de cerrar ese día, mirararía, una vez más, a las dos mujeres, cómplices en un mar de silencio, desnudas en la playa. Esa pintura iba con ella: siempre estaba junto a la cama en que soñaba.

¡Vaya, con las condicionales! En algunos momentos creemos que elegimos pero lo cierto es que todo nos viene dado. Sin embargo...siempre hay un instante para abandonar la duda, entonces los dedos se nos hacen huéspedes y de repente nos convertimos en filósofos hablando del fluir de la vida. Es muy sencillo: no queremos elegir. Esperamos que los minutos decidan por nosotros. Y aceptamos y nos sometemos al devenir como calvinistas ultramontanos. El caso es que Julia no podía sacar el coche de ese atasco. Sus frases condicionales estaban resueltas: en el momento en que dieran paso, ella ocuparía su puesto en la larga fila y continuaría hacia el otro lado. En el fondo sabía que no iba a ningún sitio y que nada importante dejaba atrás. Se llevaba a si misma. Y sólo a si misma se esperaba y se daba tiempo. Nada más.

El silbato de un policía la hizo abrir los ojos. Señora, póngase en marcha y guarde la distancia. Empezó a circular al tiempo que empezaba la inquietud en el estómago: no le apetecía entrar en ese tunel. Una claustofobia cavernícola la invadió y la obligó a reajustar la respiración. Miró alrededor para engancharse a cualquier pensamiento o a cualquier cara...y en el mismo instante en que la cuarta lágrima rodaba, sin justificación alguna, camino del mentón, vió en la fila de la derecha la matrícula que sabía de memoria. Sólo miró la matrícula. La boca del tunel se abría...


Hasta aquí ha llegado Cicatriz de pirata. Se acaba el blog. Empieza el libro. Cicatriz de pirata es ya un libro de poemas y en septiembre, si los dioses nos acompañan y la editorial no se rinde, verá la luz. Podría cambiar el nombre o iniciar otro blog pero, la verdad es que ya no es tiempo... Julia es otra historia. Sigue su camino y sus capítulos. Un poco escéptica pero con el amor en el alma. También en la piel.

Navegando entre cuadernos de bitácora he conocido a gente estupenda y he descubierto caminos, senderos y atajos. Algunos parcos y otros extensos. Algunos rectos y otros tortuosos. Algunos blancos y otros de grava. Todo va conmigo y espero no dejármelo atrás. Os seguiré leyendo y comentando. Y como no podía ser de otra manera Cicatriz de pirata cierra la ventana y echa la persiana con un poema. Ha sido un gusto. Hasta pronto.

Si es posible...

Si a los dioses y a la rotación de la tierra

no les importa, quiero

que seas tú y no el tren

que nunca para ni el cartero

que siempre llega a las nueve,

que seas tú quien me despierte.

Tú, la que me mire

con los ojos cerrados

y me regale la primera luna

o la última estrella.

Si no afecta a la Ley de Newton

ni a la fuerza centrípeta de los planetas,

llenaré la cocina con café

y pan recién tostado,

pondré sobre la mesa tu zumo

de naranja y los primeros titulares

de la mañana.

Quiero

que tú y yo veamos la próxima glaciación,

el nuevo orden cósmico,

la revolución de las mareas

como ahora mismo vemos la silueta

del "león dormido" desde la ventana

de la cocina.

Como ahora mismo adivinas

los años que pasé sin ti

y las horas de los días que nos esperan.

...Y todo esto será,

ocurrirá,

si las leyes

que rigen este universo,

si la luna llena

y el vuelo azul de la mariposa

lo permiten.

Victoria.

lunes, mayo 31

Una foto.
"Siendo yo tan pequeña, cómo me hiciste grande amándome, mi querido Fiodor¡"
(Palabras de Anna en el entierro de Fedor Dostoievski. Su marido.)
Una frase.

">

Una canción.

Porque me apetece. Porque mil estrellas ocultan la noche. Porque, esta noche, la luna es una vieja conocida.

Golf

Ayer, sobre las ocho de la tarde, cogí los palos y me marché a Mudela. Sabía que el atardecer me iba a llenar la memoria de violeta. También sé que en la vida, a veces, elegimos horas y lugares determinados para descubrir nuestra dimensión. Por ejemplo, yo, a los seis años, ya tenía mi "piedra de pensar". Cuando algo se me escapaba y volaba por mi cabeza como una cometa, buscaba mi piedra y allí me sentaba...("Tere, esta niña piensa mucho y a su edad los pensamientos sobran") Y más: desde que me acuerdo, la hora de la siesta era (es) mi "tiempo de viaje". En el sopor oscuro (ni una raya de persiana) de las cuatro de la tarde me calzaba las chirucas; me ponía el salacot y la sahariana; cantimplora, brújula... Y así hasta las seis de la tarde. Ni un sólo día me dormí. Mantuve relaciones estrechas con los pigmeos, con los tuaregs, con la zarina Catalina y con un chino mandarín. Hoy cuando "viajo" elijo una playa de tierra o una llanura de olas donde, normalmente, planto mi tienda o, en mis viajes más sibaritas, una casa de una planta. Ah, y me suelo dormir. Podría seguir...pero no quiero enmarañar el cabo del hilo con el que empecé. Mi runrun en este treinta y uno de mayo buscaba un atardecer violeta, el hierro siete y cinco mil seiscientos metros de páramo abierto. Ayer elegí esa hora solitaria y ese lugar para mirarme desde fuera, sin testigos: nadie jugaba. No hice ejercicios de estiramiento. Tampoco swing de práctica. Clavé el tee, le dí a la bola y empecé a andar hacia el segundo golpe. Mi lugar, mi hora, mi tiempo de reflexión. Sin prisas, con ritmo, con arrojo...en el segundo golpe pude llegar a green. Par cuatro. Verdi. Mido con la mano el tiempo de luz: cada dedo, desde el sol hasta el horizonte, es un cuarto de hora de luz. Cuatro dedos. Hasta las nueve y media más o menos. Alguien, poco antes, me había hablado muy seriamente y por eso, a falta de piedra (hay cosas que se pierden para siempre en la niñez) busqué mi "lugar de pensar". La hora la tenía clarísima porque el ocaso, igual que el arco iris, viven para siempre en la llanura desierta de Mudela. Pensando, pensando...no he podido menos que volver a los inicios: y es que todo vuelve. El atardecer. La primavera. Un sólo carro y mil pellizcos en la boca del estómago. La conversación ha sido clara. La voz y la mirada también. Un golpe de campana en el alma para que despierte o ¿para que no me duerma? Salida de driver, madera cinco y pateo. Verdi. Bien jugado. Segundo hoyo: paso del swing de práctica. Bolazo. Dejar que la vida discurra al mismo paso que el mío. Todo regresa; y cómo no¡ vuelve por sus fueros una pregunta antigua "-¿Qué tal el swing?" Esta tarde el swing también ha sido (es) una forma de entender la vida. Aunque sea a solas.




miércoles, mayo 26


Sin escuela.
Un cielo azul, muy azul, me despierta a las siete y media. La almohada duerme a mi lado derecho, y yo me acurruco en ella mientras mis ojos se despegan del sueño. Estiro los brazos, me revuelvo el pelo, me abrazo las rodillas...vaya... la última cicatriz ya está curada. Me caí hace un mes y es que, cuando tiro fotografías, nunca sé dónde pongo los pies. Le doy a play y Cesaria Evora abre mis oídos y entona mi garganta. Me levanto; abro la puerta del patio (me gusta llamarlo patio: ayer planté en él la tienda de campaña para mis noches de verano); un olor penetrante a flor de naranjo (de dónde vendrá?) me abre los poros y en ese instante un frío alegre me recorre la espalda. Regreso a la cama; me envuelvo en la sábana. Una hora... Me pongo las gafas; cojo el libro y, por si acaso, dejo cerca mi cuaderno de tapas azules y el pilot negro. Mi habitación se llena de azul y de una cadencia antigua, marinera, pirata... Miss Perfumado... Sonrío. Recuerdo aquel primer día sin escuela, aquel primer día del verano.

lunes, mayo 24

Colores. De Ángel de Nova

Bañada en salitre. De María León

Madera, hojalata y otros colores. De Nieves López

Acerezados. De Andrea Navas
Exposición fotográfica. Jueves. 20 de mayo. 21.30 horas. Calle de las Escuelas. Qué bien lo pasamos¡ Hasta las tres de la madrugada.

martes, mayo 18


¡Vaya día!
Dudo.
No sé si acurrucarme en el sofá.
Tirarme a la calle.
O coger el driver y pasar los doscientos metros.
Dieciocho de mayo.
Cansada.
Cansada.
Y ahora mismo, como una farola solitaria.

sábado, mayo 15

La cuarta pared.

Anoche estuve en el teatro. "Por el placer de volver a verla" de Michel Tremblay. Blanca Oteyza y Miguel Ángel Sola me hicieron llorar y reir. Me dejaron los ojos con chispas y media sonrisa en la cara. Después de la función, cuando ya estábamos entre el vino (Anilibia y Hacienda de la Princesa) y las tapas (ensalada de perdiz, hojaldre de morcilla con piñones...), quienes nos quedamos (lista larga de amigos) nos quitábamos la palabra y nos la dábamos explicando con qué habíamos llorado, dónde habían salido las risas, qué nos había evocado... En fin, daría para muchas entradas esta conversación. Para muchas... porque la tertulia se llenó de oraciones subordinadas y de madejas de lana que se entrelazaban unas con otras y se sabía dónde empezaban pero no dónde irían a parar. El teatro, ese lugar para contemplar...en el que, frente a un público, se representan historias usando las palabras, los gestos, la música, la danza... A veces, ocurre. Sí, sucede que el actor, ante esa cuarta pared que es un agujero negro lleno de luz, de toses, de risas, de suspiros, del tono maleducado de algún móvil, ante esa cuarta pared...encuentra un resquicio para lanzar un hilo de cometa y atar su mano derecha a ese hilo y, como el Principito, volar y ver todas las caras, las lágrimas, las toses, los suspiros, la mano apresurada apagando el p...móvil. No siempre ocurre, eh? Algunos actores piensan que "ese vuelo" es insano; que el compromiso del actor con su papel, con el público tiene un límite claro: la cuarta pared. La cuarta pared me hace reflexionar. Acaso en este mundo de los blogs, de los cuadernos de bitácora no existe también una cuarta pared? Diría más, en este espacio cibernético en el que nos movemos, chateamos, quedamos, nos desencontramos, abrimos y cerramos ventanas, acaso no hay una cuarta pared? Un agujero negro en el que a veces nos vaciamos y salimos escaldados? La pantalla del ordenador es nuestra cuarta pared. Me considero una mujer afortunada porque he saboreado la magia del vuelo. Sin embargo, ah, sin embargo...alguna vez más nos valdría quedarnos en el proscenio y saludar desde allí al público. Y es que ser áptero es una condición natural de la que no hay que renegar. Hay que aceptarla y procurar no engañarse ni engañar. Y no sé si será por las conchas, los escudos, los caparazones, el miedo... pero lo cierto es que hay muchas personas sin alas. A lo mejor hay que hacer como algunos actores: dar lo justo para recibir lo necesario y, entremedias, lo mismo tenemos suerte y encontramos un Concorde para surcar cielos.
En fin, que me gustó la obra, que la cuarta pared brilló por su ausencia y que viajé en un ultrasónico durante hora y media. Y hora y media en un ultrasónico da para mucho.
Estos versos de Oliverio Girondo no vienen mal para que nos acompañen en el vuelo.
No se me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisiaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de soportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
!pero eso sí¡ -y en esto soy irreductible- no les perdono,
bajo ningún pretexto, que no sepan volar.

miércoles, mayo 12

Los colores.

Al principio de todo, cuando yo estaba en primero de jazmines, antes del cuaderno de dos rayas, del borrador de nata, antes del compás o del cartabón y la escuadra. Al principio de todo, yo tenía un plumier repleto de colores. Creo que la primera elección que he hecho en mi vida, ha sido ante ese plumier. Y es que mi color es el azul. Para gustos los colores.
Rojo como la rabia, como el fuego, como el sol cuando arde. Verde como los campos, como las esperanzas, como aquellos ojos. Amarillo como las tapas de mi cuaderno. Violeta como el borde irisado de una copa de vino. Negro como los caballeros del Greco. Blanco como el hábito inmaculado de un fraile de Zurbarán. Azul como el reflejo del pañuelo de la infanta Margarita en Las Meninas.
El color que ponemos a las horas, a los días es nuestra forma de entender la vida. La manera con la que nos deslizamos, ladeamos la cabeza o cogemos la copa tiene ritmo y color: la cadencia de un paso y el vuelo rosa de una camisa; la carrera del tiempo y el latido gris de los segundos, Gris o ¿por qué no naranja?
Al principio de todo, el mundo ya era un caleidoscopio de colores. Iban a ser necesarios millones de ojos para descubrir todos sus matices. A veces hay que adivinarlos. Otras inventarlos. El pulso de la vida está cuajado de colores y lleno de ojos. A lo mejor hay que cerrarlos para sentirlo. ¿Llevarán razón los poetas y tendrá ojos el alma? Quizás hasta un color...

martes, mayo 11

La cama

Me dijo que había nacido en esa cama y yo la soñé naciendo, abriéndose al mundo con los puños cerrados y los ojos despegados de la oscuridad de la madre. No pude menos que besarla despacio, pensando que besaba a todas en una... Ah, mujer, que estás ahora entre mis brazos. Que duermes a medias. Y sueñas. Creo que sueñas. Que sonríes cuando rozo con mis labios la cicatriz de tu barbilla. Quédate. Y déjame aquí, mirándote. Permíteme que te escuadriñe. Que te mida palmo a palmo. Concédeme horas y algún día... para escalarte y para visitarte en todas las camas del mundo. Hotel Saint Germain. Paris.


Julia cerró el ordenador y se quitó las gafas mientras buscaba a tientas la vieja chaqueta de lana en el respaldo del sillón. La primavera no acababa de llegar nunca: parecía que el mundo estaba destemplado y ella, desde luego, necesitaba un vaso de leche caliente. Con colacao. El pitido del microondas la despertó de su pensamiento. No tiene sentido escribir en capítulos. Ya llegará el momento de estructurar, de ubicar personajes, lugares y siglos. Ahora no sé por dónde me ando. Todavía no. La taza quemaba y ella aprovechó para calentarse las manos. Desde la ventana de la cocina las luces del valle la miraban y la guardaban. Nunca le habían gustado las persianas echadas o las cortinas corridas seguramente por su claustrofobia domeñada. Yo creo que me hacen sentir cavernícola. Ayy...no sé. Qué pocas cosas sé aún. Sonrió. Por lo menos estaba segura de que había vida fuera. Alguien cenaría, haría el amor, discutiría, jugaría, tendría miedo, contaría cuentos, besaría, abrazaría. alguien estaría preparando una maleta. La verdad, más bien muchos: el valle tenía alrededor de diez mil habitantes, desperdigados. Dejó de mirar las luces lejanas y se centró en el rostro del cristal. Tenía buen aspecto. Bueno, no estaba nada mal. Se notaba la última cicatriz pero los ojos brillaban de nuevo. Eso le decían. Se limpió los labios del colacao poniendo una mueca a lo Clark Gable. Y no quiso mirar más...vaya, cómo calan algunos recuerdos: parecen agua de lluvia que enfría los huesos. Julia se acurrucó en la chaqueta y, a oscuras, buscó unos calcetines para sus pies helados. Mañana continuaré. Como Escarlata O'hara.

viernes, mayo 7

La traducción.
"...Infandum, regina, iubes renovare dolorem..." La vieja Eneida se abría siempre por la misma página. Julia leyó en voz alta los cuidados hexámetros; la mayoría estaban medidos con bolígrafo rojo. Paseó la yema del índice y, como en un rito, se lo acercó a la cara para recordar de cerca sus diecisiete años. El libro II de la editorial Gredos estaba más que manoseado y sólo olía a librería de viejo. La tarde explotó en un color violeta y en un azul intenso. Puso su mano en la boca del estómago y apretó: le dolía. Recordó a su profesor de griego "cuando decimos boca del estómago en realidad estamos diciendo boca de la boca porque no olviden ustedes que estómago deriva de la palabra griega stoma/stomatos y significa boca." Le dolía en la boca del estómago. Oh, reina, me mandas que remueva un dolor indecible..." Mientras traducía mecánicamente, los ojos de Julia juguetearon con el sello de su ex libris. Lo cogió y lo estampó en el reverso de la cubierta de la vieja Eneida: la silueta de una tortuga con una lagartija en el corazón (¿cómo será el corazón de una tortuga?) En letra gótica, Ex libris. Y justo debajo Caripia. Entonces se acordó de los libros que había comprado en la última feria. Los marcó con su tortuga cuando el reloj señalaba las diez de la noche y la mesa de despacho era ya un rodal de luz en medio de la sombra. La lámpara llenaba sus ojos y la pantalla del ordenador.
Capítulo séptimo.
Vaya...el tiempo corre y he dejado a Antoinette sentada en el banco de la estación, esperando...qué? a quién? Me he quedado estancada. Quizás no ha sido buena idea situarla allí. No sé... Demasiadas estaciones sin resolver tengo yo en la cabeza para acomodar a Antoinette en un banco de hierro frente al andén.
Jugueteó con el bolígrafo y con la Eneida "...me mandas que remueva un dolor..." inefable, inenarrable, inconfesable...soberbio, espléndido, estupendo. Miró la cubierta: Eneas, recostado, empieza a hablar; Dido lo acompaña con las manos. Y Julia sonrió... para nadie. Sonrisa silenciosa. Reflexiva. Del atardecer. Ah, se trataba de traducir. Por eso, de repente, había aparecido el viejo libro, tan lleno de cicatrices¡ Traducir. Traducir. Como los hexámetros. Tenía que traducir el dolor. ! Qué tonta¡ Y ahí tenía a la pobre Antoinette varada en el capítulo séptimo, en una estación, esperando...¡ Pues de momento ahí se quedaba. Tampoco quería hacerla esperar mucho pero... Julia cruzó las manos sobre su nuca y enderezó el cuerpo.
Pero qué perdidos he tenido los vientos¡ La que espera no es Antoinette: soy yo. Vaya...parece que he encontrado el principio de la traducción. Lo habré encontrado? No me lo puedo creer. Vamos a ver que sale..."Estación de Atocha. La una de la tarde. Me queda otra hora de espera...Llegará sobre las dos"
Mientras Julia escribe rodeada de silencio y de sombras, Antoinette mira la punta de sus botines en Gare Montparnasse. Un siglo antes.







miércoles, abril 28


La Libertad

La libertad no es una filosofía y ni siquiera es una idea: es un movimiento de la conciencia que nos lleva, en ciertos momentos, a pronunciar dos monosílabos: Sí o No. En su brevedad instantánea, como a la luz del relámpago, se dibuja el signo contradictorio de la naturaleza humana


Lo dijo Octavio Paz en "La otra voz" y yo digo: es verdad. Lucho cada día por el privilegio de un o un No. Esta foto la tiré en ARCO. Parece que el NO siempre es más libre. Yo creo como Paz que los dos reflejan el espíritu de la contradición en la naturaleza humana. Las certezas absolutas o infundadas no dejan de ser mediocres. Me gusta ser humana.

lunes, marzo 29


Primer Poema

No te lo creerás,
pero hay un monte con miles de campanas
y hay otro con sólo una.
Una que el viento y yo conocemos.

Sé que no te lo podrás creer,
parece imposible,
pero el mar siempre nos surca la cara,
nos llena los ojos de agua
y la vida de cuentos antiguos.

Puedes dudar de mi palabra,
pero una noche tocarán para ti
todos los violines de la tierra
y sólo una mano,
la mía,
te marcará
la cintura.

Se te hará corto el viaje…
y también largo.
Pero creételo,
¡es la vida!

(Esta fotografía es de un amigo, Ángel de Nova, y me gusta. Al principio de todo la vida es como una fuente de colores. Este Primer Poema siempre se merecerá, con cicatriz o sin ella, esa fuente de colores. Pues eso.)

jueves, marzo 18

Lo bueno
Algo bueno? Algo bueno... Que el viento viene templado. Que anoche estuve rodeada de amigos. Que bailé. Que María escanció sidra. Que me regaló una canción "Reconstrución". Que Francisco y Miriam hicieron verduras en tempura. Y Nieves una ensalada de mango. Que besé y abracé. Que regalé siete canciones de Zenet. Y me abrazaron y besaron. Que volví a coger una guitarra. Que conté un cuento y Pepe me pidió que lo volviera a contar. Que mis "chicas de oro"(es otra historia...) me regalaron ayer por la tarde un joyero con tapa de corazones. Y que me dieron achuchones. Que Isabel tiene un novio que habla muy poco. Que anoche echamos en falta a Javier. Que Andrea trasnochó sólo por estar con nosotros. Que hoy ha amanecido. Que la vida pasa. Y los aniversarios. Y hoy está pasando: ya son las ocho menos cuarto. Y fíjate, esta mañana creía que los segundos no corrían. Que por fin he entendido que somos lo que pensamos. Y yo pienso ser feliz. Que no quiero momentos felices. Que quiero felicidad porque la felicidad es un compromiso personal. Que después de tiempo he vuelto a jugar al golf. Y a ganar. Que tengo que aprender alemán en cinco meses y sé quién me va a enseñar. Que soy capaz de dominar el silencio (casi). Que no me da la gana dominar el tiempo. Que no sirven de nada los caparazones. Lo bueno siempre tiene que ver con el amor. Que el amor es de las pocas cosas que no me he dejado en el camino. Que tengo suerte. Que quiero mirar una esfera llena de luz, con curiosidad, con una sonrisa ladeada, con los ojos de la niña que fuí. La mujer que soy. Nada más. Sumo y sigo.

martes, marzo 2

La Madre Gorda.
En aquella casa vivió la madre gorda. No sólo ella. Era una casa de vecinos y también vivía Antonia la de carrete y Rosi la del guardagujas. Te acuerdas de ellas, niña? Te has hartado de jugar con sus hijos en la plazoleta. La madre gorda siempre andaba por ahí con sus ínfulas de gran señora... (esto último lo contaba mi abuela con mucha guasa, casi poniéndose de puntillas)... Cuando a su marido lo destinaron a un villorrio de Madrid, de esos que crecen como madalenas, le entró la prisa de regalarlo todo para poner el pisito nuevo. A Antonia le dió el aparador con figuras de negros en cada esquina que de tanta roña ni la nariz se les distinguía; y a la cordobesa le regaló su camila, una gallina americana de muy buen porte. Mucha prisa se da la madre gorda en deshacer la casa, decíamos las vecinas, algunas más alto que otras. Parecía que sus dineros eran los mejores y rebuscaba hasta el fondo en el carro del hortelano mientras sus pechos enormes de helado de nata (...y esto sí que es un recuerdo mío: mi abuela nunca habría dicho algo así) se desbordaban entre los rojos y verdes de la saca. Cuando Antonia fregó el aparador con sosa, lo barnizó y a los dos negrillos se les empezaron a distinguir los rulos del pelo y los ojazos, a la madre gorda casi le da un telele. ¡Hasta tuvo la cara de volver a pedírselo! Pero la otra en sus trece, que se lo había regalado y que santa Rita, santa Rita... La cordobesa no tuvo tanta suerte, niña. El piso de Madrid no se acababa nunca y la madre gorda veía como su camila se ponía recia. Un día se arremangó el mandil y se presentó en casa de la cordobesa a por la gallina. Ésta que ¡ni hablar! y la hija corriendo y apartándola a manotazos. Como una fiera, viendo que no alcanzaba a su camila, entró en el corral y arrambló con tres pollos. Los envolvió en su mandilón y se marchó echando pestes. Naturalmente alguien, vete a saber quién, le sacó un cantar y en verano, en los corros de las puertas, nos hartábamos de decirlo. Cuando por fin le dieron las llaves del piso, todos descansamos y a mí hasta me dió pena verla subir al tren. Hace unos años fui a Madrid de médicos, ya sabes, niña, y la visité. ¡Cuánto me acuerdo de los pichones de Abono! me decía, cruzando las manos sobre el pecho. No había cambiado. ¡Qué ansia tenia!
(Me imagino que debería estructurar este blog por etiquetas pero la verdad me da un poco de pereza. Quizás más adelante...cuando los post me desborden. En fin, si existiera la etiqueta correspondiente, este relato estaría en la de "De Almodóvar". No creo que a mi paisano le importara el uso del apellido. Me gustaría descubriros La Mancha. Como Almodóvar.)

lunes, marzo 1

Tiempo y silencio.

Ya no puedo hacer nada. Nada depende de mí. Me he quedado hasta el final. Tiempo y silencio. Y necesito que los dos, tiempo y silencio, sean mi bálsamo. Para mi alma. Cuántos días? Cuántos meses? No lo sé. Me tiene que dejar de doler. Tengo que empezar a doler yo. He sufrido, sufro por mi pérdida. Pero quien me pierde, pierde mucho. Hasta ahora no me había dado cuenta.
Ya no os hablaré de mi cicatriz. Este es mi último post al respecto. A partir de ahora empiezan los cuentos de pirata.

lunes, febrero 22


Las Costras.

Parece que las costras no molestan pero la verdad es que se enganchan en casi todo: en la camiseta, en la toalla, al hacer la cama o al ordenar la ropa. Tocar una costra da repelús igual que cuando nos rechinan los dientes o nos dejamos picos en las uñas. Mi abuela Matilde cada poco tiempo le daba un repaso a mis rodillas y a mis codos: niña, no te las mojes que se reblandecen y ni se te ocurra rascarte ¿es que quieres tener una cicatriz para siempre? Mi abuela tenía razón: no hay costra sin cicatriz; primero dejan un hilillo de sangre y luego una marca blanca y arrugada. Y es que al final nos rascamos siempre. Nos impacientamos y sentimos curiosidad por lo que hay debajo de la mercromina. La verdad es que no sé si se puede convivir con ellas. Con las costras. A lo mejor un día el tiempo decide despegarlas de nuestra vida y las encontramos entre las sabanas, en el plato de sopa o en la piel de a quien amas. No lo sé. Yo siempre me he rascado. Es más, en aquellos años de canicas y jazmines, las guardaba como trofeos de guerra. El tesoro de la pirata.
¿Y ahora? Pues sigo teniendo costras y es una pena porque ya no se curan con mercromina. Tampoco tengo a mi abuela para que me dé un repaso ligero. Ni canicas ni jazmines. Ni tesoro de pirata. Y sin embargo, en esta última costra también me he rascado. Esta vez era obligatorio: o la costra o yo. Habría querido seguir con ella toda la vida. Me habría gustado que fuera la muerte la que la hubiera despegado de mi alma (¡qué dramática!) o el tiempo tranquilo y hacendoso pero... !me picaba tanto¡ El picor escocía y dolía y tenía forma de ladrillo. Me rasqué sin querer queriendo. Y lo hice con miedo: no sabía lo que iba a encontrar debajo. Parece que sólo había desamor. Ni me había enterado. ¡Cuánto echo de menos mi tesoro de pirata!






Nubes

Llueve compulsivamente. Como si las nubes tuvieran ansiedad y angustia. Seguramente estén al borde de la depresión. Yo sólo sé que se levantan a veces con la estrella del alba y otras les llega el mediodia en la cama; luego empiezan a deambular por esos pasillos babilónicos que tiene el cielo. Aparcan los platos sucios, dejan de poner la lavadora, no tienen leche para el desayuno ni naranjas para el zumo. Pierden los ojos recordando los vientos de otras tierras, las luces de otros campos. Se olvidan de lo que es el olvido. Y entonces comienza la taquicardia y a las nubes se les acelera el corazón y el cuerpo de nube se les ahoga en un sudor frío. El estómago se les sale por la boca y un dolor denso les oprime las sienes. Sólo la lluvia compulsiva trae, a veces, la calma.

martes, febrero 16

Quiero
que tú y yo veamos la próxima glaciación,
el nuevo orden cósmico,
la revolución de las mareas...

jueves, febrero 11


De lágrimas.

Habían quedado en Bilbao. Subirían con paso tranquilo por Fuencarral hacia la vieja cafetería. Tenían esa costumbre. Caminaban muy juntas, a veces una cogía del brazo a la otra. Madrid es Madrid y se veían tan de tarde en tarde...Instintivamente buscaban el roce, la cercanía de la adhesión inquebrantable que, como un juramento pirata, seguían a pies juntillas desde la adolescencia. Esa tarde tocaba llorar. Vaya, que sí. Lo presintió cuando la vió parada cambiando alternativamente el peso y dando pataditas a...nada. Tenía los hombros hundidos en los bolsillos de la cazadora y la buscaba entre la riada de ruídos y gente sin querer impacientarse. Mujer, que estoy aquí. Tú has adelgazado? Caminaban muy juntas hacia la vieja cafetería. Ya se había fijado en los ojos acuosos y descolocadados mientras la ponía al día de las cosas cotidianas.
-Hoy me toca llorar.
-Pues llora, mujer. Primero lloras y luego hablamos.
-Ya, pero en nuestra cafetería.
Un café con leche fría en vaso. Un descafeinado de máquina. Y lloró y lloró y lloró. No decía nada, sólo lágrimas. La camarera se hizo la discreta cuando llevó los cafés. Los de la mesa de al lado se apresuraron en acabar con el croissant y la caracola de chocolate. Ella misma se tomó el descafeinado sin darse cuenta. Le quemó el alma. Demasiado caliente. Y entonces tuvo una idea.
-Oye, tú necesitas llorar, verdad?
-Síii
-Pero si seguimos aquí, se nos presentará, de un momento a otro, alguien del INE y nos hará una encuesta sobre el sufrimiento personal en España. Así es que dónde se puede llorar tranquila?
-Ni en mi casa ni en la tuya, que no estoy para cuatro paredes.
-Nada de casas, nos vamos al tanatorio.
-Tú estás...?
-Sí. Al tanatorio.
Hay que reconocer que la estética de los tanatorios actuales ha cambiado mucho. Ya no parecen mausoleos ni tampoco iglesias. También han descolgado las láminas de amaneceres saturados de color y paisajes imposibles de localizar en una guía turística. En estos tanatorios actuales hay un compromiso cultural y ahora abunda Kandinsky, Miró y hasta algún Dalí. En láminas.
Primero pasaron a la "sala de recibimiento", es decir, un montón de gente que acude a visitar a sus muertos o a los muertos de otros. No hay distinción ni recogimiento. Tampoco había muchas lágrimas. Optaron por la cafetería que curiosamente parecía el sitio más tranquilo (sin tener en cuenta el propio aposento del muerto). Se sentaron. Un café con leche fría en vaso. Un descafeinado de máquina. Y lloraba y lloraba y lloraba. Aquí nadie se sentía violento por mirar. Al contrario, cuando alguien pasaba cerca de la mesa, acariciaba sus hombros o le daban un golpecito cariñoso en la cabeza. Ninguna palabra, sólo lágrimas. La pirata amiga se limitaba a pasarle los pañuelos de papel. Y mientras le daba el penúltimo, miró a su alrededor y se quedó sorprendida: el torrente de lágrimas que tenía en frente había captado toda su atención pero ahora...Salió de la cafetería con el penúltimo pañuelo en la mano, ¿Dónde vas? Dejame el pañuelo, por lo menos...Cuando se volvió a sentar en la mesa lucía una sonrisa cómplice, con la cicatriz de pirata ladeada a lo Clark Gable...
-Oye, esto es un tanatorio, no?
-Pues claro, que no tengo los vientos tan sueltos...Si te has empeñado tú.
-Y aquí hay muertos...y la familia llora a los muertos.
-Normal.
-Pues te aseguro que la única que está llorando en este tanatorio eres tú. Y no se te ha muerto nadie.
La carcajada fue de escándalo y el último pañuelo lo emplearon en secar las lágrimas de risa.
Cuando se acabaron las lágrimas, las dos piratas se encogieron en la mesa y empezaron a hablar.
La antropóloga
La antropóloga de ojos oscuros y rasgados nos explicaba en su clase de antropología cognitiva que el conocimiento campa por sus respetos y a veces inunda de sensaciones nuestras redes neuronales. Por ejemplo, élla, la antropóloga de ojos rasgados, cuando corta una fresa siempre recuerda todos los corazones que ha partido. Y no acabó ahí; nos preguntó ¿y ustedes cómo parten las fresas?, ¿en dos trozos iguales?, ¿en cuatro...?, ¿asimétricamente...? Mientras su voz se perdía entre interrogaciones, yo veía el corazón de la antropóloga manando zumo de fresa en mitad del estrado. El aula se inundó de reflejos rojos y de un sabor de bolero dulzón. Me levanté de la tercera fila, bajé despacio las escaleras y delante de ella hice un cuenco con mis manos a la altura de su corazón: no quería que ni una gota de ese flujo espeso se perdiera. Élla me miró, asi es que usted parte las fresas en dos trozos iguales, verdad?

viernes, febrero 5

Las rentas.
Mis amigos dicen que de un tiempo a esta parte (y ya es una tira larga de meses) vivo de las rentas. ¿Las rentas? Sí, mujer, las rentas de tu brillantez, de tu alegría, del brillo de tus ojos, de la línea que marca la sonrisa, del despropósito que siempre serás. De las rentas... De tus recursos que, sin darte cuenta, merman y hacen que pierdas la mirada en puntos de fuga que ni ajustando nuestros puntos cardinales podemos encontrar.
Y me lo dijeron así; no creáis que lo he adornado. Ni un ápice. Son "místicos y trascendentes". Los miré. Sonreí procurando marcar la línea y puse todo mi esfuerzo para que saltaran chispas de mis ojos. No soy teatrera, simplemente quería tranquilizarlos.
Pues sí, a veces es un asco tener amigos que te conocen y quieren y que, cuando tú crees que te encuentras "perfectamente relajada" (mi esfuerzo me cuesta y alguna capsulita de Lexatín) te ponen la carátula del día delante de la cara y te lo vuelven del revés. Mil gracias, queridos amigos.

lunes, febrero 1

Julia se había pasado la tarde hurgando entre las viejas cajas. Había aprendido que los cuadernos y las cajas crecen proporcionalmente a los años. Se llenan de polvo y pierden las pastas, las grapas y las flores secas igual que en su momento perdimos las canicas, "El doctor Hazo" o las rodillas con mercromina. Vaya, ¿y esta foto? Pues desde luego traspapelada, piensa mientras la rescata de la caja de la universidad: "De cuando era vecina de Platón". Y sonríe. Julia y sus títulos. Nadie más vió esa sonrisa: cuántos actos íntimos se quedan colgados, solitarios en el espacio insípido y traslúcido que nos rodea¡

Mira la foto. Era ella misma con ¿dos años? Su madre siempre le había contado que era una niña arisca, "asocial como ahora, hija, si desde pequeñita pintabas lo que eres". El caso es que la habían llevado a Estudio Prieto para "tener una fotografía en condiciones" y como era de esperar la niña dió la nota. Julia la observa ( bueno, mejor se observa) con perspectiva, desde lejos, como si mirara las líneas de su mano: desde luego no parece muy alegre; sentadita en el borde de unos de esos silloncitos de plástico trenzado (casi todos rojos y verdes) se le nota dispuesta a salir de allí pitando con los zapatos de charol, el abrigo rojo (era rojo, seguro) y esa "fuente" en la cabeza tan difícil de mantener. Tengo cara de no creerme nada, ummm ya entonces dudaba de las sonrisitas y de las verdades imposibles...Llama a papá, llama a papá. Pero para qué...de sobra sabía yo que no me iba a contestar. Prieto viendo que la niña no sonreía ni se estaba quietecita, sacó el teléfono (como último recurso: no estaba en el programa; la moda de retratar a los niños con cosas cotidianas llegó después. Prieto era un clásíco). Y ahí estaban la mamá y la tía "nena, llama a papá, dile papá, ven pronto". Pues no, lo más que consiguieron es que cogiera el teléfono y las mirara con cara de decirles de qué vais. Y además poniendo morritos.
Julia coge la foto y la guarda en la caja "Regaliz y Menta". Y allí se quedó.

sábado, enero 30

¿Y por qué no se cura?
Es sábado. Las diez de la noche. Y quiero deciros... que esta cicatriz de pirata no restaña: hoy, a estas horas, está en carne viva. Yo creía... pero no. Si me la pudiera amputar, lo haría a la vieja usanza, nada de anestesia, sólo un cuchillo entre los dientes. Para que nunca se me olvide el dolor. Qué pena, qué cansada estoy... y yo que nací para escribir poemas de amor y canciones de luna. Alguien de quien he respirado me diría "mira que eres dramática". Y el caso es que nadie mejor que ella conoce esta cicatriz de pirata sangrante.

domingo, enero 17

Hay cicatrices...y cicatrices de pirata. Yo quiero escribir sobre las cicatrices de pirata. Las que se suturan con hilo de bramante. Las que restañan al socaire del viento marino. Las que se curten con el sol y con la lluvia. Las cicatrices de pirata no se ocultan. Se aceptan. No tienen número ni remedios paliativos. Ni siquiera guardan la fecha ni el nombre de la batalla. Las cicatrices de pirata nos enseñan a levantar un palmo más la cabeza, a tirar los hombros hacia atrás, en fin, a andar erguidos. Yo os diría que es como el swing: una manera de entender la vida; una marca de la casa que hace que todos los piratas nos reconozcamos en cualquier mar, bajo cualquier cielo. La cicatriz de pirata pica cuando cambia el tiempo o el viento. Y nada más.
Los buenos piratas no se hacen en mares en calma. Los buenos piratas esperan el tornado, la tempestad con el miedo en los ojos. Y no pasa nada. Es lo más normal: la vida también se puede vivir con miedo; es necesario para que la soberbia no nos convierta en criaturas vulnerables. Sólo hay que aceptar lo que nos asusta y así podremos dar un paso temeroso, despacio. Suturar y restañar cada cicatriz de pirata.
(Dedicado a mi sicólogo. Hay mil maneras de explicar la vida. Las metáforas tambien sirven)

Victoria (Valdepeñas, enero 2010)

sábado, enero 16

Desde no sé qué galaxia.

Tu espalda mide

veinte besos sin respirar.

A lo mejor alguien

la puede recorrer en diecisiete.

Tu tiempo, seis meses

de puntos suspensivos.

Hoy,

con los ojos llenos de vapor,

te imagino desde muy lejos.

Desde no sé qué galaxia.

Miro el reloj:

la una de la madrugada.

Esta noche,

todavía convierto los años luz

en sucesiones milimétricas.

Y no soy maga.

Victoria (Valdepeñas, enero 2010)