martes, mayo 11

La cama

Me dijo que había nacido en esa cama y yo la soñé naciendo, abriéndose al mundo con los puños cerrados y los ojos despegados de la oscuridad de la madre. No pude menos que besarla despacio, pensando que besaba a todas en una... Ah, mujer, que estás ahora entre mis brazos. Que duermes a medias. Y sueñas. Creo que sueñas. Que sonríes cuando rozo con mis labios la cicatriz de tu barbilla. Quédate. Y déjame aquí, mirándote. Permíteme que te escuadriñe. Que te mida palmo a palmo. Concédeme horas y algún día... para escalarte y para visitarte en todas las camas del mundo. Hotel Saint Germain. Paris.


Julia cerró el ordenador y se quitó las gafas mientras buscaba a tientas la vieja chaqueta de lana en el respaldo del sillón. La primavera no acababa de llegar nunca: parecía que el mundo estaba destemplado y ella, desde luego, necesitaba un vaso de leche caliente. Con colacao. El pitido del microondas la despertó de su pensamiento. No tiene sentido escribir en capítulos. Ya llegará el momento de estructurar, de ubicar personajes, lugares y siglos. Ahora no sé por dónde me ando. Todavía no. La taza quemaba y ella aprovechó para calentarse las manos. Desde la ventana de la cocina las luces del valle la miraban y la guardaban. Nunca le habían gustado las persianas echadas o las cortinas corridas seguramente por su claustrofobia domeñada. Yo creo que me hacen sentir cavernícola. Ayy...no sé. Qué pocas cosas sé aún. Sonrió. Por lo menos estaba segura de que había vida fuera. Alguien cenaría, haría el amor, discutiría, jugaría, tendría miedo, contaría cuentos, besaría, abrazaría. alguien estaría preparando una maleta. La verdad, más bien muchos: el valle tenía alrededor de diez mil habitantes, desperdigados. Dejó de mirar las luces lejanas y se centró en el rostro del cristal. Tenía buen aspecto. Bueno, no estaba nada mal. Se notaba la última cicatriz pero los ojos brillaban de nuevo. Eso le decían. Se limpió los labios del colacao poniendo una mueca a lo Clark Gable. Y no quiso mirar más...vaya, cómo calan algunos recuerdos: parecen agua de lluvia que enfría los huesos. Julia se acurrucó en la chaqueta y, a oscuras, buscó unos calcetines para sus pies helados. Mañana continuaré. Como Escarlata O'hara.

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