lunes, mayo 31

Golf

Ayer, sobre las ocho de la tarde, cogí los palos y me marché a Mudela. Sabía que el atardecer me iba a llenar la memoria de violeta. También sé que en la vida, a veces, elegimos horas y lugares determinados para descubrir nuestra dimensión. Por ejemplo, yo, a los seis años, ya tenía mi "piedra de pensar". Cuando algo se me escapaba y volaba por mi cabeza como una cometa, buscaba mi piedra y allí me sentaba...("Tere, esta niña piensa mucho y a su edad los pensamientos sobran") Y más: desde que me acuerdo, la hora de la siesta era (es) mi "tiempo de viaje". En el sopor oscuro (ni una raya de persiana) de las cuatro de la tarde me calzaba las chirucas; me ponía el salacot y la sahariana; cantimplora, brújula... Y así hasta las seis de la tarde. Ni un sólo día me dormí. Mantuve relaciones estrechas con los pigmeos, con los tuaregs, con la zarina Catalina y con un chino mandarín. Hoy cuando "viajo" elijo una playa de tierra o una llanura de olas donde, normalmente, planto mi tienda o, en mis viajes más sibaritas, una casa de una planta. Ah, y me suelo dormir. Podría seguir...pero no quiero enmarañar el cabo del hilo con el que empecé. Mi runrun en este treinta y uno de mayo buscaba un atardecer violeta, el hierro siete y cinco mil seiscientos metros de páramo abierto. Ayer elegí esa hora solitaria y ese lugar para mirarme desde fuera, sin testigos: nadie jugaba. No hice ejercicios de estiramiento. Tampoco swing de práctica. Clavé el tee, le dí a la bola y empecé a andar hacia el segundo golpe. Mi lugar, mi hora, mi tiempo de reflexión. Sin prisas, con ritmo, con arrojo...en el segundo golpe pude llegar a green. Par cuatro. Verdi. Mido con la mano el tiempo de luz: cada dedo, desde el sol hasta el horizonte, es un cuarto de hora de luz. Cuatro dedos. Hasta las nueve y media más o menos. Alguien, poco antes, me había hablado muy seriamente y por eso, a falta de piedra (hay cosas que se pierden para siempre en la niñez) busqué mi "lugar de pensar". La hora la tenía clarísima porque el ocaso, igual que el arco iris, viven para siempre en la llanura desierta de Mudela. Pensando, pensando...no he podido menos que volver a los inicios: y es que todo vuelve. El atardecer. La primavera. Un sólo carro y mil pellizcos en la boca del estómago. La conversación ha sido clara. La voz y la mirada también. Un golpe de campana en el alma para que despierte o ¿para que no me duerma? Salida de driver, madera cinco y pateo. Verdi. Bien jugado. Segundo hoyo: paso del swing de práctica. Bolazo. Dejar que la vida discurra al mismo paso que el mío. Todo regresa; y cómo no¡ vuelve por sus fueros una pregunta antigua "-¿Qué tal el swing?" Esta tarde el swing también ha sido (es) una forma de entender la vida. Aunque sea a solas.




7 comentarios:

  1. Cada uno tiene su propio swing..
    Yo tb he viajado mucho con las siestas xD
    Un beso

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  2. Qué bello post, Victoria. No sé, te he visto, te he entendio perfectamente esa necesidad de sentarse en una piedra a pensar -a mí también me pasa- y he sentido, finalmente, cierta paz. Me equivoco??

    Un abrazo fuete!

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  3. Cierta paz. No te eguivocas, Morgana. Me viene bien el abrazo.
    Hipérica, buenas siestas y buenos viajes. Otro beso.

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  4. Me resulta familiar eso de dormir sin una raya de luz en la persiana, las largas tardes de primavera, que se introducen casi en la noche, con sol y luz. Y lo de la soledad que cuentas, así.

    Espero que la conversación y la mirada fueran bidireccionales y todo el mundo tuviera cosas que decir.

    Besos y burbujas.

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  5. Sparkling, la verdad es que yo no tenía muchas cosas que decir. Desde luego sí tenía muchas cosas que pensar. Besos. Gracias por las burbujas. Glu, glu...

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