lunes, junio 21


ADIÓS.

Cicatriz de pirata.

No lo entiendo. Esta Cicatriz... se resiste a echar el cierre. Debe ser la sangre salada que le bulle en el corazón. O los geniecillos informáticos. No sé...Cicatriz de pirata reivindica el suicidio y no la muerte "a mi antojo" como Augusto Pérez, el de Niebla. Está claro: al final me hace un guiño con el único ojo sano que le queda. El de cristal se lo guarda para las grandes ocasiones. Esperemos que ésta sí sea la última entrada. Ya, sin foto.

Julia conducía con gusto. Prefería el viento por la ventanilla al aire acondicionado. La autovía se deslizaba monocorde y el coche se dejaba guiar con la yema de los dedos. Las nubes bajaban y subían como en una noria y el sol se alternaba en claroscuros como si hubiera quedado encerrado para siempre en un cuadro de la campiña inglesa. Búnbury. He pecado, he pecado, mira, no te acerques a mi lado. Se había grabado ese CD para cantarlo a voz en grito amé con las fuerzas de mi corazón...y con rotulador indeleble había escrito sobre él Las mías y eso, hoy día, hace daño...

Julia conocía muchos tipos de memoria. Sabía de la memoria instantánea que es la que, sin pensar, le hacía poner el intermitente a la derecha y tomar la A1. Sabía de la memoria lingüística y de cierta memoria visual, un vestido marinero y el cielo lleno de colores que se desvanecían por arte de birlibirloque, los ojos redondos y la garganta seca por la respiración contenida, supercalifragilísticoespialidoso. La memoria que obligaba a Julia a secarse una lágrima inexplicable, una lágrima tras sus gafas de sol, mientras conducía suavemente, una lágrima despiadada... era la memoria emocional. Una memoria que no recuerda sino que siente directamente. Puede que los sentimientos sean hasta difíciles de calibrar y sin embargo ahí está...la emoción antigua. Incrustada en la piel como si fuera un chip. Julia, que ya no se mordía las uñas, limaba su piel para recobrar un perfume, una sonrisa ladeada, una cicatriz de pirata. Ese chip guardaba, bajo siete capas de piel, el nombre de los días y el nombre de las horas. También el nombre de su nombre. Ah, estaba cansada de la ingeniería informática que le impedía catalogar sus emociones y dejarlas guardadas en un archivo de su desván. Y es que el cerebro también tiene desván. En el apilamos nuestra mochila llena de ilusiones, de culpas, de responsabilidades, de miedo, de trenes perdidos... ¡Y dale con las frases hechas! ¡Con lo poco que le gustan a Julia! El coche serpenteaba por el atardecer y la luz del solsticio sesteaba en su piel morena, llevada por el viento. Le habían dado un diagnóstico y por primera vez se sentía conforme con la interpretación y el análisis. Sí, estaba de acuerdo y además ya no tenía ansiedad ni síntomas de angustia y su vida se "caotizaba" o se "ordenalizaba" en perfecta comunión. Entonces... ENTONCES... El grito de rabia de Julia dejó en el limbo la quinta pista del CD. Alma mía, sola, siempre sola... A lo mejor fue un aullido que se ahogó en la letra de la vieja canción. Vaya, cada canción tiene su historia. Si yo encontrara un alma como la mía cuantas cosas le contaría. Un alma que, al mirarme, sin decir nada, me lo dijese todo con su mirada. La vida funcionaba y sin embargo la segunda lágrima llegó hasta la comisura de los labios. Se la secó con el dorso rapidamente. A veces me pregunto qué pasaría si yo encontrara un alma como la mía. De repente Julia dió un frenazo en seco; el pie se le quedó clavado en el pedal del freno: la memoria instantánea, sin lugar a dudas, le funcionaba y, aunque ella en aquel instante estaba a muchos años luz, vete a saber en qué galaxia, se alineó perfectamente en la fila del atasco. Qué ocurriría? Coche de bomberos y ambulancias taponaban la entrada del tunel de Somosierra

Julia apagó el motor del coche. Pensaba en la oscuridad del tunel. Muchos viajeros habían optado por salir del vehículo. Se hablaba en voz queda y se hacían conjeturas. Bajó el volumen y cerró la ventanilla. Hundió los ojos en la entrada del tunel y la tercera lágrima, sin conmiseración, cayó en su polo blanco. La tristeza afecta a los pulmones y el miedo al riñón. Sonrió: hacía mucho tiempo que no le dolía el riñón pero el asma, en esas fechas, vivía con ella y le oprimía el pecho. A Julia, detrás de ese tunel, le esperaban un micrófono y una sala, probablemente, concurrida. Varias entrevistas. Varias preguntas. Una presentación. Aplausos. Probablemente. Leería sus poemas dando a cada palabra su espacio y su tiempo. Ese ritmo cadencioso que embarcaba a los que la escuchaban y a ella misma dentro de una nave en la entropía finita de un agujero negro. La policía empezó a ordenar el atasco y a dejar una vía de paso al furgón de atestados y a la grua. Las ambulancias comenzaron su particular devenir mientras la luz de las sirenas giraba tres vueltas por delante del mundo. Al otro lado del tunel aguardaba la habitación número tres del Palacio de Brias y Julia elucubraba: a esa altura de la montaña aquella boca de tunel era su tarjeta de embarque para una vida desemejante. Si no atravesaba el tunel... Recostó el asiento y se estiró cerrando los ojos. Si no atravesaba el tunel, dormiría en su cama y antes de cerrar ese día, mirararía, una vez más, a las dos mujeres, cómplices en un mar de silencio, desnudas en la playa. Esa pintura iba con ella: siempre estaba junto a la cama en que soñaba.
¡Vaya, con las condicionales! En algunos momentos creemos que elegimos pero lo cierto es que todo nos viene dado. Sin embargo...siempre hay un instante para abandonar la duda, entonces los dedos se nos hacen huéspedes y de repente nos convertimos en filósofos hablando del fluir de la vida. Es muy sencillo: no queremos elegir. Esperamos que los minutos decidan por nosotros. Y aceptamos y nos sometemos al devenir como calvinistas ultramontanos. El caso es que Julia no podía sacar el coche de ese atasco. Sus frases condicionales estaban resueltas: en el momento en que dieran paso, ella ocuparía su puesto en la larga fila y continuaría hacia el otro lado. En el fondo sabía que no iba a ningún sitio y que nada importante dejaba atrás. Se llevaba a si misma. Y sólo a si misma se esperaba y se daba tiempo. Nada más.
El silbato de un policía la hizo abrir los ojos. Señora, póngase en marcha y guarde la distancia. Empezó a circular al tiempo que empezaba la inquietud en el estómago: no le apetecía entrar en ese tunel. Una claustofobia cavernícola la invadió y la obligó a reajustar la respiración. Miró alrededor para engancharse a cualquier pensamiento o a cualquier cara...y en el mismo instante en que la cuarta lágrima rodaba, sin justificación alguna, camino del mentón, vió en la fila de la derecha la matrícula que sabía de memoria. Sólo miró la matrícula. La boca del tunel se abría...

Hasta aquí ha llegado Cicatriz de pirata. Se acaba el blog. Empieza el libro. Cicatriz de pirata es ya un libro de poemas y en septiembre, si los dioses nos acompañan y la editorial no se rinde, verá la luz. Podría cambiar el nombre o iniciar otro blog pero, la verdad es que ya no es tiempo... Julia es otra historia. Sigue su camino y sus capítulos. Un poco escéptica pero con el amor en el alma. También en la piel.
Navegando entre cuadernos de bitácora he conocido a gente estupenda y he descubierto caminos, senderos y atajos. Algunos parcos y otros extensos. Algunos rectos y otros tortuosos. Algunos blancos y otros de grava. Todo va conmigo y espero no dejármelo atrás. Os seguiré leyendo y comentando. Y como no podía ser de otra manera Cicatriz de pirata cierra la ventana y echa la persiana con un poema. Ha sido un gusto. Hasta pronto.

Si es posible...
Si a los dioses y a la rotación de la tierra
no les importa, quiero
que seas tú y no el tren
que nunca para ni el cartero
que siempre llega a las nueve,
que seas tú quien me despierte.
Tú, la que me mire
con los ojos cerrados
y me regale la primera luna
o la última estrella.

Si no afecta a la Ley de Newton
ni a la fuerza centrípeta de los planetas,
llenaré la cocina con café
y pan recién tostado,
pondré sobre la mesa tu zumo
de naranja y los primeros titulares
de la mañana.

Quiero
que tú y yo veamos la próxima glaciación,
el nuevo orden cósmico,
la revolución de las mareas
como ahora mismo vemos la silueta
del "león dormido" desde la ventana
de la cocina.
Como ahora mismo adivinas
los años que pasé sin ti
y las horas de los días que nos esperan.

...Y todo esto será,
ocurrirá,
si las leyes
que rigen este universo,
si la luna llena
y el vuelo azul de la mariposa
lo permiten.

Victoria.

domingo, junio 20


Adiós.
Cicatriz de pirata
Bueno, soy un desastre para la informática. Veréis, publico mi última entrada, mi entrada de despedida (muy lograda esta antítesis) y lo hago con la fecha en la que escribí el borrador, a saber, 3 de junio. En fin, que mi última entrada ha quedado como penúltima entrada, antes de "Apúntate al RE". Si la queréis leer, ahí está. Será el único blog que se despide antepenúltimamente. Y con foto repetida. Vaya...

sábado, junio 5

Apúntate al RE

En eso quedamos el jueves por la noche. Me explico. Mi amigo Pepe tiene una mercería en la calle Escuelas. Una mercería que huele a lazos, hebillas, bobinas de hilo, madejas de lana... Una mercería verde. De madera. Con pájaros. Con vino dulce. Con sombreros de panamá. Por El Desván puedes pasear los ojos sin miedo a perderlos, puedes jugar entre colores y sedas, medir cinta con los brazos o hundir los dedos en flecos, borlas, corchetes, espumillas, cordones... Y como buena tienda, ésta también tiene su trastienda. Lo más importante del Desván y de Pepillo es la trastienda. Pasamanería del alma. Allí, junto a una lámpara con lupa, está la máquina de forrar botones y el viejo huevo de madera. En esta mesa de trabajo me he remendado y me he puesto hebillas; he escrito un poema lleno de lágrimas y he abierto también una caja llena de amor. La trastienda recoge todo. Teatro, cine, el periódico local, canciones , las últimas fotos, el penúltimo viaje, conversaciones a media voz, despedidas y encuentros, lo que nadie puede o quiere saber... En la trastienda se reabren puertas, se recicla el tiempo, se refrescan los años, se repiensa la vida, se resueñan ilusiones, se retocan arrugas, se recomponen historias, se relee, se rejuega, se relame, se replanta, se reama... El jueves pasado, alrededor de un Corcovo (yo, agua; era mi semana sin alcohol: limpieza visceral.) Pepe nos pidió a "los de costumbre" una idea para las bolsas de papel del Desvan. Quiere tatuarlas y que sean guaguas, trenes, carricoches, transportatodo para llevar de todo, para que nos acompañen hasta que se caigan de viejas o para perderlas en cualquier lugar perdido. Los ojos y las neuronas nos hicieron chiribitas y empezamos a pensar en voz alta...entonces Nieves dijo que nos podíamos apuntar al RE. Y así empezamos a repensar. Y a regocijarnos cada vez que se nos reocurrían acciones y palabras. Al final nos quedamos con seis verbos definitivos y dos frases concluídas.
Repiensa.
Recicla.
Retoca.
Regusta.
Recuenta tus estrellas.
Recose tus heridas.
Y esta última frase no la dije yo. Bolsas de papel con tatuaje? con cicatriz? Apúntate al RE.

jueves, junio 3

ADIÓS.
Cicatriz de pirata.

Julia conducía con gusto. Prefería el viento por la ventanilla al aire acondicionado. La autovía se deslizaba monocorde y el coche se dejaba guiar con la yema de los dedos. Las nubes bajaban y subían como en una noria y el sol se alternaba en claroscuros como si hubiera quedado encerrado para siempre en un cuadro de la campiña inglesa. Bumbury. He pecado, he pecado, mira, no te acerques a mi lado. Se había grabado ese CD para cantarlo a voz en grito amé con las fuerzas de mi corazón...y con rotulador indeleble había escrito sobre él Las mías y eso, hoy día, hace daño...


Julia conocía muchos tipos de memoria. Sabía de la memoria instantánea que es la que, sin pensar, le hacía poner el intermitente a la derecha y tomar la A1. Sabía de la memoria lingüística y de cierta memoria visual, un vestido marinero y el cielo lleno de colores que se desvanecían por arte de birlibirloque, los ojos redondos y la garganta seca por la respiración contenida, supercalifragilísticoespialidoso. La memoria que obligaba a Julia a secarse una lágrima inexplicable, una lágrima tras sus gafas de sol, mientras conducía suavemente, una lágrima despiadada... era la memoria emocional. Una memoria que no recuerda sino que siente directamente. Puede que los sentimientos sean hasta difíciles de calibrar y sin embargo ahí está...la emoción antigua. Incrustada en la piel como si fuera un chip. Julia, que ya no se mordía las uñas, limaba su piel para recobrar un perfume, una sonrisa ladeada, una cicatriz de pirata. Ese chip guardaba, bajo siete capas de piel, el nombre de los días y el nombre de las horas. También el nombre de su nombre. Ah, estaba cansada de la ingeniería informática que le impedía catalogar sus emociones y dejarlas guardadas en un archivo de su desván. Y es que el cerebro también tiene desván. En el apilamos nuestra mochila llena de ilusiones, de culpas, de responsabilidades, de miedo, de trenes perdidos... ¡Y dale con las frases hechas! ¡Con lo poco que le gustan a Julia! El coche serpenteaba por el atardecer y la luz del solsticio sesteaba en su piel morena, llevada por el viento. Le habían dado un diagnóstico y por primera vez se sentía conforme con la interpretación y el análisis. Sí, estaba de acuerdo y además ya no tenía ansiedad ni síntomas de angustia y su vida se "caotizaba" o se "ordenalizaba" en perfecta comunión. Entonces... ENTONCES... El grito de rabia de Julia dejó en el limbo la quinta pista del CD. Alma mía, sola, siempre sola... A lo mejor fue un aullido que se ahogó en la letra de la vieja canción. Vaya, cada canción tiene su historia. Si yo encontrara un alma como la mía cuantas cosas le contaría. Un alma que, al mirarme, sin decir nada, me lo dijese todo con su mirada. La vida funcionaba y sin embargo la segunda lágrima llegó hasta la comisura de los labios. Se la secó con el dorso rapidamente. A veces me pregunto qué pasaría si yo encontrara un alma como la mía. De repente Julia dió un frenazo en seco; el pie se le quedó clavado en el pedal del freno: la memoria instantánea, sin lugar a dudas, le funcionaba y, aunque ella en aquel instante estaba a muchos años luz, vete a saber en qué galaxia, se alineó perfectamente en la fila del atasco. Qué ocurriría? Coche de bomberos y ambulancias taponaban la entrada del tunel de Somosierra






Julia apagó el motor del coche. Pensaba en la oscuridad del tunel. Muchos viajeros habían optado por salir del vehículo. Se hablaba en voz queda y se hacían conjeturas. Bajó el volumen y cerró la ventanilla. Hundió los ojos en la entrada del tunel y la tercera lágrima, sin conmiseración, cayó en su polo blanco. La tristeza afecta a los pulmones y el miedo al riñón. Sonrió: hacía mucho tiempo que no le dolía el riñón pero el asma, en esas fechas, vivía con ella y le oprimía el pecho. A Julia, detrás de ese tunel, le esperaban un micrófono y una sala, probablemente, concurrida. Varias entrevistas. Varias preguntas. Una presentación. Aplausos. Probablemente. Leería sus poemas dando a cada palabra su espacio y su tiempo. Ese ritmo cadencioso que embarcaba a los que la escuchaban y a ella misma dentro de una nave en la entropía finita de un agujero negro. La policía empezó a ordenar el atasco y a dejar una vía de paso al furgón de atestados y a la grua. Las ambulancias comenzaron su particular devenir mientras la luz de las sirenas giraba tres vueltas por delante del mundo. Al otro lado del tunel aguardaba la habitación número tres del Palacio de Brias y Julia elucubraba: a esa altura de la montaña aquella boca de tunel era su tarjeta de embarque para una vida desemejante. Si no atravesaba el tunel... Recostó el asiento y se estiró cerrando los ojos. Si no atravesaba el tunel, dormiría en su cama y antes de cerrar ese día, mirararía, una vez más, a las dos mujeres, cómplices en un mar de silencio, desnudas en la playa. Esa pintura iba con ella: siempre estaba junto a la cama en que soñaba.

¡Vaya, con las condicionales! En algunos momentos creemos que elegimos pero lo cierto es que todo nos viene dado. Sin embargo...siempre hay un instante para abandonar la duda, entonces los dedos se nos hacen huéspedes y de repente nos convertimos en filósofos hablando del fluir de la vida. Es muy sencillo: no queremos elegir. Esperamos que los minutos decidan por nosotros. Y aceptamos y nos sometemos al devenir como calvinistas ultramontanos. El caso es que Julia no podía sacar el coche de ese atasco. Sus frases condicionales estaban resueltas: en el momento en que dieran paso, ella ocuparía su puesto en la larga fila y continuaría hacia el otro lado. En el fondo sabía que no iba a ningún sitio y que nada importante dejaba atrás. Se llevaba a si misma. Y sólo a si misma se esperaba y se daba tiempo. Nada más.

El silbato de un policía la hizo abrir los ojos. Señora, póngase en marcha y guarde la distancia. Empezó a circular al tiempo que empezaba la inquietud en el estómago: no le apetecía entrar en ese tunel. Una claustofobia cavernícola la invadió y la obligó a reajustar la respiración. Miró alrededor para engancharse a cualquier pensamiento o a cualquier cara...y en el mismo instante en que la cuarta lágrima rodaba, sin justificación alguna, camino del mentón, vió en la fila de la derecha la matrícula que sabía de memoria. Sólo miró la matrícula. La boca del tunel se abría...


Hasta aquí ha llegado Cicatriz de pirata. Se acaba el blog. Empieza el libro. Cicatriz de pirata es ya un libro de poemas y en septiembre, si los dioses nos acompañan y la editorial no se rinde, verá la luz. Podría cambiar el nombre o iniciar otro blog pero, la verdad es que ya no es tiempo... Julia es otra historia. Sigue su camino y sus capítulos. Un poco escéptica pero con el amor en el alma. También en la piel.

Navegando entre cuadernos de bitácora he conocido a gente estupenda y he descubierto caminos, senderos y atajos. Algunos parcos y otros extensos. Algunos rectos y otros tortuosos. Algunos blancos y otros de grava. Todo va conmigo y espero no dejármelo atrás. Os seguiré leyendo y comentando. Y como no podía ser de otra manera Cicatriz de pirata cierra la ventana y echa la persiana con un poema. Ha sido un gusto. Hasta pronto.

Si es posible...

Si a los dioses y a la rotación de la tierra

no les importa, quiero

que seas tú y no el tren

que nunca para ni el cartero

que siempre llega a las nueve,

que seas tú quien me despierte.

Tú, la que me mire

con los ojos cerrados

y me regale la primera luna

o la última estrella.

Si no afecta a la Ley de Newton

ni a la fuerza centrípeta de los planetas,

llenaré la cocina con café

y pan recién tostado,

pondré sobre la mesa tu zumo

de naranja y los primeros titulares

de la mañana.

Quiero

que tú y yo veamos la próxima glaciación,

el nuevo orden cósmico,

la revolución de las mareas

como ahora mismo vemos la silueta

del "león dormido" desde la ventana

de la cocina.

Como ahora mismo adivinas

los años que pasé sin ti

y las horas de los días que nos esperan.

...Y todo esto será,

ocurrirá,

si las leyes

que rigen este universo,

si la luna llena

y el vuelo azul de la mariposa

lo permiten.

Victoria.

lunes, mayo 31

Una foto.
"Siendo yo tan pequeña, cómo me hiciste grande amándome, mi querido Fiodor¡"
(Palabras de Anna en el entierro de Fedor Dostoievski. Su marido.)
Una frase.

">

Una canción.

Porque me apetece. Porque mil estrellas ocultan la noche. Porque, esta noche, la luna es una vieja conocida.

Golf

Ayer, sobre las ocho de la tarde, cogí los palos y me marché a Mudela. Sabía que el atardecer me iba a llenar la memoria de violeta. También sé que en la vida, a veces, elegimos horas y lugares determinados para descubrir nuestra dimensión. Por ejemplo, yo, a los seis años, ya tenía mi "piedra de pensar". Cuando algo se me escapaba y volaba por mi cabeza como una cometa, buscaba mi piedra y allí me sentaba...("Tere, esta niña piensa mucho y a su edad los pensamientos sobran") Y más: desde que me acuerdo, la hora de la siesta era (es) mi "tiempo de viaje". En el sopor oscuro (ni una raya de persiana) de las cuatro de la tarde me calzaba las chirucas; me ponía el salacot y la sahariana; cantimplora, brújula... Y así hasta las seis de la tarde. Ni un sólo día me dormí. Mantuve relaciones estrechas con los pigmeos, con los tuaregs, con la zarina Catalina y con un chino mandarín. Hoy cuando "viajo" elijo una playa de tierra o una llanura de olas donde, normalmente, planto mi tienda o, en mis viajes más sibaritas, una casa de una planta. Ah, y me suelo dormir. Podría seguir...pero no quiero enmarañar el cabo del hilo con el que empecé. Mi runrun en este treinta y uno de mayo buscaba un atardecer violeta, el hierro siete y cinco mil seiscientos metros de páramo abierto. Ayer elegí esa hora solitaria y ese lugar para mirarme desde fuera, sin testigos: nadie jugaba. No hice ejercicios de estiramiento. Tampoco swing de práctica. Clavé el tee, le dí a la bola y empecé a andar hacia el segundo golpe. Mi lugar, mi hora, mi tiempo de reflexión. Sin prisas, con ritmo, con arrojo...en el segundo golpe pude llegar a green. Par cuatro. Verdi. Mido con la mano el tiempo de luz: cada dedo, desde el sol hasta el horizonte, es un cuarto de hora de luz. Cuatro dedos. Hasta las nueve y media más o menos. Alguien, poco antes, me había hablado muy seriamente y por eso, a falta de piedra (hay cosas que se pierden para siempre en la niñez) busqué mi "lugar de pensar". La hora la tenía clarísima porque el ocaso, igual que el arco iris, viven para siempre en la llanura desierta de Mudela. Pensando, pensando...no he podido menos que volver a los inicios: y es que todo vuelve. El atardecer. La primavera. Un sólo carro y mil pellizcos en la boca del estómago. La conversación ha sido clara. La voz y la mirada también. Un golpe de campana en el alma para que despierte o ¿para que no me duerma? Salida de driver, madera cinco y pateo. Verdi. Bien jugado. Segundo hoyo: paso del swing de práctica. Bolazo. Dejar que la vida discurra al mismo paso que el mío. Todo regresa; y cómo no¡ vuelve por sus fueros una pregunta antigua "-¿Qué tal el swing?" Esta tarde el swing también ha sido (es) una forma de entender la vida. Aunque sea a solas.




miércoles, mayo 26


Sin escuela.
Un cielo azul, muy azul, me despierta a las siete y media. La almohada duerme a mi lado derecho, y yo me acurruco en ella mientras mis ojos se despegan del sueño. Estiro los brazos, me revuelvo el pelo, me abrazo las rodillas...vaya... la última cicatriz ya está curada. Me caí hace un mes y es que, cuando tiro fotografías, nunca sé dónde pongo los pies. Le doy a play y Cesaria Evora abre mis oídos y entona mi garganta. Me levanto; abro la puerta del patio (me gusta llamarlo patio: ayer planté en él la tienda de campaña para mis noches de verano); un olor penetrante a flor de naranjo (de dónde vendrá?) me abre los poros y en ese instante un frío alegre me recorre la espalda. Regreso a la cama; me envuelvo en la sábana. Una hora... Me pongo las gafas; cojo el libro y, por si acaso, dejo cerca mi cuaderno de tapas azules y el pilot negro. Mi habitación se llena de azul y de una cadencia antigua, marinera, pirata... Miss Perfumado... Sonrío. Recuerdo aquel primer día sin escuela, aquel primer día del verano.