No lo entiendo. Esta Cicatriz... se resiste a echar el cierre. Debe ser la sangre salada que le bulle en el corazón. O los geniecillos informáticos. No sé...Cicatriz de pirata reivindica el suicidio y no la muerte "a mi antojo" como Augusto Pérez, el de Niebla. Está claro: al final me hace un guiño con el único ojo sano que le queda. El de cristal se lo guarda para las grandes ocasiones. Esperemos que ésta sí sea la última entrada. Ya, sin foto.
Julia conocía muchos tipos de memoria. Sabía de la memoria instantánea que es la que, sin pensar, le hacía poner el intermitente a la derecha y tomar la A1. Sabía de la memoria lingüística y de cierta memoria visual, un vestido marinero y el cielo lleno de colores que se desvanecían por arte de birlibirloque, los ojos redondos y la garganta seca por la respiración contenida, supercalifragilísticoespialidoso. La memoria que obligaba a Julia a secarse una lágrima inexplicable, una lágrima tras sus gafas de sol, mientras conducía suavemente, una lágrima despiadada... era la memoria emocional. Una memoria que no recuerda sino que siente directamente. Puede que los sentimientos sean hasta difíciles de calibrar y sin embargo ahí está...la emoción antigua. Incrustada en la piel como si fuera un chip. Julia, que ya no se mordía las uñas, limaba su piel para recobrar un perfume, una sonrisa ladeada, una cicatriz de pirata. Ese chip guardaba, bajo siete capas de piel, el nombre de los días y el nombre de las horas. También el nombre de su nombre. Ah, estaba cansada de la ingeniería informática que le impedía catalogar sus emociones y dejarlas guardadas en un archivo de su desván. Y es que el cerebro también tiene desván. En el apilamos nuestra mochila llena de ilusiones, de culpas, de responsabilidades, de miedo, de trenes perdidos... ¡Y dale con las frases hechas! ¡Con lo poco que le gustan a Julia! El coche serpenteaba por el atardecer y la luz del solsticio sesteaba en su piel morena, llevada por el viento. Le habían dado un diagnóstico y por primera vez se sentía conforme con la interpretación y el análisis. Sí, estaba de acuerdo y además ya no tenía ansiedad ni síntomas de angustia y su vida se "caotizaba" o se "ordenalizaba" en perfecta comunión. Entonces... ENTONCES... El grito de rabia de Julia dejó en el limbo la quinta pista del CD. Alma mía, sola, siempre sola... A lo mejor fue un aullido que se ahogó en la letra de la vieja canción. Vaya, cada canción tiene su historia. Si yo encontrara un alma como la mía cuantas cosas le contaría. Un alma que, al mirarme, sin decir nada, me lo dijese todo con su mirada. La vida funcionaba y sin embargo la segunda lágrima llegó hasta la comisura de los labios. Se la secó con el dorso rapidamente. A veces me pregunto qué pasaría si yo encontrara un alma como la mía. De repente Julia dió un frenazo en seco; el pie se le quedó clavado en el pedal del freno: la memoria instantánea, sin lugar a dudas, le funcionaba y, aunque ella en aquel instante estaba a muchos años luz, vete a saber en qué galaxia, se alineó perfectamente en la fila del atasco. Qué ocurriría? Coche de bomberos y ambulancias taponaban la entrada del tunel de Somosierra
Julia apagó el motor del coche. Pensaba en la oscuridad del tunel. Muchos viajeros habían optado por salir del vehículo. Se hablaba en voz queda y se hacían conjeturas. Bajó el volumen y cerró la ventanilla. Hundió los ojos en la entrada del tunel y la tercera lágrima, sin conmiseración, cayó en su polo blanco. La tristeza afecta a los pulmones y el miedo al riñón. Sonrió: hacía mucho tiempo que no le dolía el riñón pero el asma, en esas fechas, vivía con ella y le oprimía el pecho. A Julia, detrás de ese tunel, le esperaban un micrófono y una sala, probablemente, concurrida. Varias entrevistas. Varias preguntas. Una presentación. Aplausos. Probablemente. Leería sus poemas dando a cada palabra su espacio y su tiempo. Ese ritmo cadencioso que embarcaba a los que la escuchaban y a ella misma dentro de una nave en la entropía finita de un agujero negro. La policía empezó a ordenar el atasco y a dejar una vía de paso al furgón de atestados y a la grua. Las ambulancias comenzaron su particular devenir mientras la luz de las sirenas giraba tres vueltas por delante del mundo. Al otro lado del tunel aguardaba la habitación número tres del Palacio de Brias y Julia elucubraba: a esa altura de la montaña aquella boca de tunel era su tarjeta de embarque para una vida desemejante. Si no atravesaba el tunel... Recostó el asiento y se estiró cerrando los ojos. Si no atravesaba el tunel, dormiría en su cama y antes de cerrar ese día, mirararía, una vez más, a las dos mujeres, cómplices en un mar de silencio, desnudas en la playa. Esa pintura iba con ella: siempre estaba junto a la cama en que soñaba.
¡Vaya, con las condicionales! En algunos momentos creemos que elegimos pero lo cierto es que todo nos viene dado. Sin embargo...siempre hay un instante para abandonar la duda, entonces los dedos se nos hacen huéspedes y de repente nos convertimos en filósofos hablando del fluir de la vida. Es muy sencillo: no queremos elegir. Esperamos que los minutos decidan por nosotros. Y aceptamos y nos sometemos al devenir como calvinistas ultramontanos. El caso es que Julia no podía sacar el coche de ese atasco. Sus frases condicionales estaban resueltas: en el momento en que dieran paso, ella ocuparía su puesto en la larga fila y continuaría hacia el otro lado. En el fondo sabía que no iba a ningún sitio y que nada importante dejaba atrás. Se llevaba a si misma. Y sólo a si misma se esperaba y se daba tiempo. Nada más.
El silbato de un policía la hizo abrir los ojos. Señora, póngase en marcha y guarde la distancia. Empezó a circular al tiempo que empezaba la inquietud en el estómago: no le apetecía entrar en ese tunel. Una claustofobia cavernícola la invadió y la obligó a reajustar la respiración. Miró alrededor para engancharse a cualquier pensamiento o a cualquier cara...y en el mismo instante en que la cuarta lágrima rodaba, sin justificación alguna, camino del mentón, vió en la fila de la derecha la matrícula que sabía de memoria. Sólo miró la matrícula. La boca del tunel se abría...
Hasta aquí ha llegado Cicatriz de pirata. Se acaba el blog. Empieza el libro. Cicatriz de pirata es ya un libro de poemas y en septiembre, si los dioses nos acompañan y la editorial no se rinde, verá la luz. Podría cambiar el nombre o iniciar otro blog pero, la verdad es que ya no es tiempo... Julia es otra historia. Sigue su camino y sus capítulos. Un poco escéptica pero con el amor en el alma. También en la piel.
Navegando entre cuadernos de bitácora he conocido a gente estupenda y he descubierto caminos, senderos y atajos. Algunos parcos y otros extensos. Algunos rectos y otros tortuosos. Algunos blancos y otros de grava. Todo va conmigo y espero no dejármelo atrás. Os seguiré leyendo y comentando. Y como no podía ser de otra manera Cicatriz de pirata cierra la ventana y echa la persiana con un poema. Ha sido un gusto. Hasta pronto.
Si a los dioses y a la rotación de la tierra
no les importa, quiero
que seas tú y no el tren
que nunca para ni el cartero
que siempre llega a las nueve,
que seas tú quien me despierte.
Tú, la que me mire
con los ojos cerrados
y me regale la primera luna
o la última estrella.
Si no afecta a la Ley de Newton
ni a la fuerza centrípeta de los planetas,
llenaré la cocina con café
y pan recién tostado,
pondré sobre la mesa tu zumo
de naranja y los primeros titulares
de la mañana.
Quiero
que tú y yo veamos la próxima glaciación,
el nuevo orden cósmico,
la revolución de las mareas
como ahora mismo vemos la silueta
del "león dormido" desde la ventana
de la cocina.
Como ahora mismo adivinas
los años que pasé sin ti
y las horas de los días que nos esperan.
...Y todo esto será,
ocurrirá,
si las leyes
que rigen este universo,
si la luna llena
y el vuelo azul de la mariposa
lo permiten.
Victoria.