jueves, febrero 11


De lágrimas.

Habían quedado en Bilbao. Subirían con paso tranquilo por Fuencarral hacia la vieja cafetería. Tenían esa costumbre. Caminaban muy juntas, a veces una cogía del brazo a la otra. Madrid es Madrid y se veían tan de tarde en tarde...Instintivamente buscaban el roce, la cercanía de la adhesión inquebrantable que, como un juramento pirata, seguían a pies juntillas desde la adolescencia. Esa tarde tocaba llorar. Vaya, que sí. Lo presintió cuando la vió parada cambiando alternativamente el peso y dando pataditas a...nada. Tenía los hombros hundidos en los bolsillos de la cazadora y la buscaba entre la riada de ruídos y gente sin querer impacientarse. Mujer, que estoy aquí. Tú has adelgazado? Caminaban muy juntas hacia la vieja cafetería. Ya se había fijado en los ojos acuosos y descolocadados mientras la ponía al día de las cosas cotidianas.
-Hoy me toca llorar.
-Pues llora, mujer. Primero lloras y luego hablamos.
-Ya, pero en nuestra cafetería.
Un café con leche fría en vaso. Un descafeinado de máquina. Y lloró y lloró y lloró. No decía nada, sólo lágrimas. La camarera se hizo la discreta cuando llevó los cafés. Los de la mesa de al lado se apresuraron en acabar con el croissant y la caracola de chocolate. Ella misma se tomó el descafeinado sin darse cuenta. Le quemó el alma. Demasiado caliente. Y entonces tuvo una idea.
-Oye, tú necesitas llorar, verdad?
-Síii
-Pero si seguimos aquí, se nos presentará, de un momento a otro, alguien del INE y nos hará una encuesta sobre el sufrimiento personal en España. Así es que dónde se puede llorar tranquila?
-Ni en mi casa ni en la tuya, que no estoy para cuatro paredes.
-Nada de casas, nos vamos al tanatorio.
-Tú estás...?
-Sí. Al tanatorio.
Hay que reconocer que la estética de los tanatorios actuales ha cambiado mucho. Ya no parecen mausoleos ni tampoco iglesias. También han descolgado las láminas de amaneceres saturados de color y paisajes imposibles de localizar en una guía turística. En estos tanatorios actuales hay un compromiso cultural y ahora abunda Kandinsky, Miró y hasta algún Dalí. En láminas.
Primero pasaron a la "sala de recibimiento", es decir, un montón de gente que acude a visitar a sus muertos o a los muertos de otros. No hay distinción ni recogimiento. Tampoco había muchas lágrimas. Optaron por la cafetería que curiosamente parecía el sitio más tranquilo (sin tener en cuenta el propio aposento del muerto). Se sentaron. Un café con leche fría en vaso. Un descafeinado de máquina. Y lloraba y lloraba y lloraba. Aquí nadie se sentía violento por mirar. Al contrario, cuando alguien pasaba cerca de la mesa, acariciaba sus hombros o le daban un golpecito cariñoso en la cabeza. Ninguna palabra, sólo lágrimas. La pirata amiga se limitaba a pasarle los pañuelos de papel. Y mientras le daba el penúltimo, miró a su alrededor y se quedó sorprendida: el torrente de lágrimas que tenía en frente había captado toda su atención pero ahora...Salió de la cafetería con el penúltimo pañuelo en la mano, ¿Dónde vas? Dejame el pañuelo, por lo menos...Cuando se volvió a sentar en la mesa lucía una sonrisa cómplice, con la cicatriz de pirata ladeada a lo Clark Gable...
-Oye, esto es un tanatorio, no?
-Pues claro, que no tengo los vientos tan sueltos...Si te has empeñado tú.
-Y aquí hay muertos...y la familia llora a los muertos.
-Normal.
-Pues te aseguro que la única que está llorando en este tanatorio eres tú. Y no se te ha muerto nadie.
La carcajada fue de escándalo y el último pañuelo lo emplearon en secar las lágrimas de risa.
Cuando se acabaron las lágrimas, las dos piratas se encogieron en la mesa y empezaron a hablar.

1 comentario:

  1. Las lágrimas suelen ser por un contrapunto de alegría o tristeza, aunque mejor lo primero.

    Un abrazo

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