martes, marzo 2

La Madre Gorda.
En aquella casa vivió la madre gorda. No sólo ella. Era una casa de vecinos y también vivía Antonia la de carrete y Rosi la del guardagujas. Te acuerdas de ellas, niña? Te has hartado de jugar con sus hijos en la plazoleta. La madre gorda siempre andaba por ahí con sus ínfulas de gran señora... (esto último lo contaba mi abuela con mucha guasa, casi poniéndose de puntillas)... Cuando a su marido lo destinaron a un villorrio de Madrid, de esos que crecen como madalenas, le entró la prisa de regalarlo todo para poner el pisito nuevo. A Antonia le dió el aparador con figuras de negros en cada esquina que de tanta roña ni la nariz se les distinguía; y a la cordobesa le regaló su camila, una gallina americana de muy buen porte. Mucha prisa se da la madre gorda en deshacer la casa, decíamos las vecinas, algunas más alto que otras. Parecía que sus dineros eran los mejores y rebuscaba hasta el fondo en el carro del hortelano mientras sus pechos enormes de helado de nata (...y esto sí que es un recuerdo mío: mi abuela nunca habría dicho algo así) se desbordaban entre los rojos y verdes de la saca. Cuando Antonia fregó el aparador con sosa, lo barnizó y a los dos negrillos se les empezaron a distinguir los rulos del pelo y los ojazos, a la madre gorda casi le da un telele. ¡Hasta tuvo la cara de volver a pedírselo! Pero la otra en sus trece, que se lo había regalado y que santa Rita, santa Rita... La cordobesa no tuvo tanta suerte, niña. El piso de Madrid no se acababa nunca y la madre gorda veía como su camila se ponía recia. Un día se arremangó el mandil y se presentó en casa de la cordobesa a por la gallina. Ésta que ¡ni hablar! y la hija corriendo y apartándola a manotazos. Como una fiera, viendo que no alcanzaba a su camila, entró en el corral y arrambló con tres pollos. Los envolvió en su mandilón y se marchó echando pestes. Naturalmente alguien, vete a saber quién, le sacó un cantar y en verano, en los corros de las puertas, nos hartábamos de decirlo. Cuando por fin le dieron las llaves del piso, todos descansamos y a mí hasta me dió pena verla subir al tren. Hace unos años fui a Madrid de médicos, ya sabes, niña, y la visité. ¡Cuánto me acuerdo de los pichones de Abono! me decía, cruzando las manos sobre el pecho. No había cambiado. ¡Qué ansia tenia!
(Me imagino que debería estructurar este blog por etiquetas pero la verdad me da un poco de pereza. Quizás más adelante...cuando los post me desborden. En fin, si existiera la etiqueta correspondiente, este relato estaría en la de "De Almodóvar". No creo que a mi paisano le importara el uso del apellido. Me gustaría descubriros La Mancha. Como Almodóvar.)

6 comentarios:

  1. ¡ Qué bien cuentas¡ A mi la metáfora "de sus pechos enormes de helado de nata" me ha llegado al alma por su plasticidad y su belleza.. besos

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  2. Acabo de volver a la infancia,las vecinas de la abuela, el verano y un pueblín de Guadalajara.
    Besos Lenteja

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  3. curiosa y entrañable historia, típicas de vecinos que ya no quedan...

    Un abrazo

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  4. qué bueno, desde el comienzo pensé en Almodóvar. No, no debería importale.

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  5. muy bueno y muy manchego si.. jejeje

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