lunes, mayo 31

Una foto.
"Siendo yo tan pequeña, cómo me hiciste grande amándome, mi querido Fiodor¡"
(Palabras de Anna en el entierro de Fedor Dostoievski. Su marido.)
Una frase.

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Una canción.

Porque me apetece. Porque mil estrellas ocultan la noche. Porque, esta noche, la luna es una vieja conocida.

Golf

Ayer, sobre las ocho de la tarde, cogí los palos y me marché a Mudela. Sabía que el atardecer me iba a llenar la memoria de violeta. También sé que en la vida, a veces, elegimos horas y lugares determinados para descubrir nuestra dimensión. Por ejemplo, yo, a los seis años, ya tenía mi "piedra de pensar". Cuando algo se me escapaba y volaba por mi cabeza como una cometa, buscaba mi piedra y allí me sentaba...("Tere, esta niña piensa mucho y a su edad los pensamientos sobran") Y más: desde que me acuerdo, la hora de la siesta era (es) mi "tiempo de viaje". En el sopor oscuro (ni una raya de persiana) de las cuatro de la tarde me calzaba las chirucas; me ponía el salacot y la sahariana; cantimplora, brújula... Y así hasta las seis de la tarde. Ni un sólo día me dormí. Mantuve relaciones estrechas con los pigmeos, con los tuaregs, con la zarina Catalina y con un chino mandarín. Hoy cuando "viajo" elijo una playa de tierra o una llanura de olas donde, normalmente, planto mi tienda o, en mis viajes más sibaritas, una casa de una planta. Ah, y me suelo dormir. Podría seguir...pero no quiero enmarañar el cabo del hilo con el que empecé. Mi runrun en este treinta y uno de mayo buscaba un atardecer violeta, el hierro siete y cinco mil seiscientos metros de páramo abierto. Ayer elegí esa hora solitaria y ese lugar para mirarme desde fuera, sin testigos: nadie jugaba. No hice ejercicios de estiramiento. Tampoco swing de práctica. Clavé el tee, le dí a la bola y empecé a andar hacia el segundo golpe. Mi lugar, mi hora, mi tiempo de reflexión. Sin prisas, con ritmo, con arrojo...en el segundo golpe pude llegar a green. Par cuatro. Verdi. Mido con la mano el tiempo de luz: cada dedo, desde el sol hasta el horizonte, es un cuarto de hora de luz. Cuatro dedos. Hasta las nueve y media más o menos. Alguien, poco antes, me había hablado muy seriamente y por eso, a falta de piedra (hay cosas que se pierden para siempre en la niñez) busqué mi "lugar de pensar". La hora la tenía clarísima porque el ocaso, igual que el arco iris, viven para siempre en la llanura desierta de Mudela. Pensando, pensando...no he podido menos que volver a los inicios: y es que todo vuelve. El atardecer. La primavera. Un sólo carro y mil pellizcos en la boca del estómago. La conversación ha sido clara. La voz y la mirada también. Un golpe de campana en el alma para que despierte o ¿para que no me duerma? Salida de driver, madera cinco y pateo. Verdi. Bien jugado. Segundo hoyo: paso del swing de práctica. Bolazo. Dejar que la vida discurra al mismo paso que el mío. Todo regresa; y cómo no¡ vuelve por sus fueros una pregunta antigua "-¿Qué tal el swing?" Esta tarde el swing también ha sido (es) una forma de entender la vida. Aunque sea a solas.




miércoles, mayo 26


Sin escuela.
Un cielo azul, muy azul, me despierta a las siete y media. La almohada duerme a mi lado derecho, y yo me acurruco en ella mientras mis ojos se despegan del sueño. Estiro los brazos, me revuelvo el pelo, me abrazo las rodillas...vaya... la última cicatriz ya está curada. Me caí hace un mes y es que, cuando tiro fotografías, nunca sé dónde pongo los pies. Le doy a play y Cesaria Evora abre mis oídos y entona mi garganta. Me levanto; abro la puerta del patio (me gusta llamarlo patio: ayer planté en él la tienda de campaña para mis noches de verano); un olor penetrante a flor de naranjo (de dónde vendrá?) me abre los poros y en ese instante un frío alegre me recorre la espalda. Regreso a la cama; me envuelvo en la sábana. Una hora... Me pongo las gafas; cojo el libro y, por si acaso, dejo cerca mi cuaderno de tapas azules y el pilot negro. Mi habitación se llena de azul y de una cadencia antigua, marinera, pirata... Miss Perfumado... Sonrío. Recuerdo aquel primer día sin escuela, aquel primer día del verano.

lunes, mayo 24

Colores. De Ángel de Nova

Bañada en salitre. De María León

Madera, hojalata y otros colores. De Nieves López

Acerezados. De Andrea Navas
Exposición fotográfica. Jueves. 20 de mayo. 21.30 horas. Calle de las Escuelas. Qué bien lo pasamos¡ Hasta las tres de la madrugada.

martes, mayo 18


¡Vaya día!
Dudo.
No sé si acurrucarme en el sofá.
Tirarme a la calle.
O coger el driver y pasar los doscientos metros.
Dieciocho de mayo.
Cansada.
Cansada.
Y ahora mismo, como una farola solitaria.

sábado, mayo 15

La cuarta pared.

Anoche estuve en el teatro. "Por el placer de volver a verla" de Michel Tremblay. Blanca Oteyza y Miguel Ángel Sola me hicieron llorar y reir. Me dejaron los ojos con chispas y media sonrisa en la cara. Después de la función, cuando ya estábamos entre el vino (Anilibia y Hacienda de la Princesa) y las tapas (ensalada de perdiz, hojaldre de morcilla con piñones...), quienes nos quedamos (lista larga de amigos) nos quitábamos la palabra y nos la dábamos explicando con qué habíamos llorado, dónde habían salido las risas, qué nos había evocado... En fin, daría para muchas entradas esta conversación. Para muchas... porque la tertulia se llenó de oraciones subordinadas y de madejas de lana que se entrelazaban unas con otras y se sabía dónde empezaban pero no dónde irían a parar. El teatro, ese lugar para contemplar...en el que, frente a un público, se representan historias usando las palabras, los gestos, la música, la danza... A veces, ocurre. Sí, sucede que el actor, ante esa cuarta pared que es un agujero negro lleno de luz, de toses, de risas, de suspiros, del tono maleducado de algún móvil, ante esa cuarta pared...encuentra un resquicio para lanzar un hilo de cometa y atar su mano derecha a ese hilo y, como el Principito, volar y ver todas las caras, las lágrimas, las toses, los suspiros, la mano apresurada apagando el p...móvil. No siempre ocurre, eh? Algunos actores piensan que "ese vuelo" es insano; que el compromiso del actor con su papel, con el público tiene un límite claro: la cuarta pared. La cuarta pared me hace reflexionar. Acaso en este mundo de los blogs, de los cuadernos de bitácora no existe también una cuarta pared? Diría más, en este espacio cibernético en el que nos movemos, chateamos, quedamos, nos desencontramos, abrimos y cerramos ventanas, acaso no hay una cuarta pared? Un agujero negro en el que a veces nos vaciamos y salimos escaldados? La pantalla del ordenador es nuestra cuarta pared. Me considero una mujer afortunada porque he saboreado la magia del vuelo. Sin embargo, ah, sin embargo...alguna vez más nos valdría quedarnos en el proscenio y saludar desde allí al público. Y es que ser áptero es una condición natural de la que no hay que renegar. Hay que aceptarla y procurar no engañarse ni engañar. Y no sé si será por las conchas, los escudos, los caparazones, el miedo... pero lo cierto es que hay muchas personas sin alas. A lo mejor hay que hacer como algunos actores: dar lo justo para recibir lo necesario y, entremedias, lo mismo tenemos suerte y encontramos un Concorde para surcar cielos.
En fin, que me gustó la obra, que la cuarta pared brilló por su ausencia y que viajé en un ultrasónico durante hora y media. Y hora y media en un ultrasónico da para mucho.
Estos versos de Oliverio Girondo no vienen mal para que nos acompañen en el vuelo.
No se me importa un pito que las mujeres
tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;
un cutis de durazno o de papel de lija.
Le doy una importancia igual a cero,
al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisiaco
o con un aliento insecticida.
Soy perfectamente capaz de soportarles
una nariz que sacaría el primer premio
en una exposición de zanahorias;
!pero eso sí¡ -y en esto soy irreductible- no les perdono,
bajo ningún pretexto, que no sepan volar.

miércoles, mayo 12

Los colores.

Al principio de todo, cuando yo estaba en primero de jazmines, antes del cuaderno de dos rayas, del borrador de nata, antes del compás o del cartabón y la escuadra. Al principio de todo, yo tenía un plumier repleto de colores. Creo que la primera elección que he hecho en mi vida, ha sido ante ese plumier. Y es que mi color es el azul. Para gustos los colores.
Rojo como la rabia, como el fuego, como el sol cuando arde. Verde como los campos, como las esperanzas, como aquellos ojos. Amarillo como las tapas de mi cuaderno. Violeta como el borde irisado de una copa de vino. Negro como los caballeros del Greco. Blanco como el hábito inmaculado de un fraile de Zurbarán. Azul como el reflejo del pañuelo de la infanta Margarita en Las Meninas.
El color que ponemos a las horas, a los días es nuestra forma de entender la vida. La manera con la que nos deslizamos, ladeamos la cabeza o cogemos la copa tiene ritmo y color: la cadencia de un paso y el vuelo rosa de una camisa; la carrera del tiempo y el latido gris de los segundos, Gris o ¿por qué no naranja?
Al principio de todo, el mundo ya era un caleidoscopio de colores. Iban a ser necesarios millones de ojos para descubrir todos sus matices. A veces hay que adivinarlos. Otras inventarlos. El pulso de la vida está cuajado de colores y lleno de ojos. A lo mejor hay que cerrarlos para sentirlo. ¿Llevarán razón los poetas y tendrá ojos el alma? Quizás hasta un color...

martes, mayo 11

La cama

Me dijo que había nacido en esa cama y yo la soñé naciendo, abriéndose al mundo con los puños cerrados y los ojos despegados de la oscuridad de la madre. No pude menos que besarla despacio, pensando que besaba a todas en una... Ah, mujer, que estás ahora entre mis brazos. Que duermes a medias. Y sueñas. Creo que sueñas. Que sonríes cuando rozo con mis labios la cicatriz de tu barbilla. Quédate. Y déjame aquí, mirándote. Permíteme que te escuadriñe. Que te mida palmo a palmo. Concédeme horas y algún día... para escalarte y para visitarte en todas las camas del mundo. Hotel Saint Germain. Paris.


Julia cerró el ordenador y se quitó las gafas mientras buscaba a tientas la vieja chaqueta de lana en el respaldo del sillón. La primavera no acababa de llegar nunca: parecía que el mundo estaba destemplado y ella, desde luego, necesitaba un vaso de leche caliente. Con colacao. El pitido del microondas la despertó de su pensamiento. No tiene sentido escribir en capítulos. Ya llegará el momento de estructurar, de ubicar personajes, lugares y siglos. Ahora no sé por dónde me ando. Todavía no. La taza quemaba y ella aprovechó para calentarse las manos. Desde la ventana de la cocina las luces del valle la miraban y la guardaban. Nunca le habían gustado las persianas echadas o las cortinas corridas seguramente por su claustrofobia domeñada. Yo creo que me hacen sentir cavernícola. Ayy...no sé. Qué pocas cosas sé aún. Sonrió. Por lo menos estaba segura de que había vida fuera. Alguien cenaría, haría el amor, discutiría, jugaría, tendría miedo, contaría cuentos, besaría, abrazaría. alguien estaría preparando una maleta. La verdad, más bien muchos: el valle tenía alrededor de diez mil habitantes, desperdigados. Dejó de mirar las luces lejanas y se centró en el rostro del cristal. Tenía buen aspecto. Bueno, no estaba nada mal. Se notaba la última cicatriz pero los ojos brillaban de nuevo. Eso le decían. Se limpió los labios del colacao poniendo una mueca a lo Clark Gable. Y no quiso mirar más...vaya, cómo calan algunos recuerdos: parecen agua de lluvia que enfría los huesos. Julia se acurrucó en la chaqueta y, a oscuras, buscó unos calcetines para sus pies helados. Mañana continuaré. Como Escarlata O'hara.

viernes, mayo 7

La traducción.
"...Infandum, regina, iubes renovare dolorem..." La vieja Eneida se abría siempre por la misma página. Julia leyó en voz alta los cuidados hexámetros; la mayoría estaban medidos con bolígrafo rojo. Paseó la yema del índice y, como en un rito, se lo acercó a la cara para recordar de cerca sus diecisiete años. El libro II de la editorial Gredos estaba más que manoseado y sólo olía a librería de viejo. La tarde explotó en un color violeta y en un azul intenso. Puso su mano en la boca del estómago y apretó: le dolía. Recordó a su profesor de griego "cuando decimos boca del estómago en realidad estamos diciendo boca de la boca porque no olviden ustedes que estómago deriva de la palabra griega stoma/stomatos y significa boca." Le dolía en la boca del estómago. Oh, reina, me mandas que remueva un dolor indecible..." Mientras traducía mecánicamente, los ojos de Julia juguetearon con el sello de su ex libris. Lo cogió y lo estampó en el reverso de la cubierta de la vieja Eneida: la silueta de una tortuga con una lagartija en el corazón (¿cómo será el corazón de una tortuga?) En letra gótica, Ex libris. Y justo debajo Caripia. Entonces se acordó de los libros que había comprado en la última feria. Los marcó con su tortuga cuando el reloj señalaba las diez de la noche y la mesa de despacho era ya un rodal de luz en medio de la sombra. La lámpara llenaba sus ojos y la pantalla del ordenador.
Capítulo séptimo.
Vaya...el tiempo corre y he dejado a Antoinette sentada en el banco de la estación, esperando...qué? a quién? Me he quedado estancada. Quizás no ha sido buena idea situarla allí. No sé... Demasiadas estaciones sin resolver tengo yo en la cabeza para acomodar a Antoinette en un banco de hierro frente al andén.
Jugueteó con el bolígrafo y con la Eneida "...me mandas que remueva un dolor..." inefable, inenarrable, inconfesable...soberbio, espléndido, estupendo. Miró la cubierta: Eneas, recostado, empieza a hablar; Dido lo acompaña con las manos. Y Julia sonrió... para nadie. Sonrisa silenciosa. Reflexiva. Del atardecer. Ah, se trataba de traducir. Por eso, de repente, había aparecido el viejo libro, tan lleno de cicatrices¡ Traducir. Traducir. Como los hexámetros. Tenía que traducir el dolor. ! Qué tonta¡ Y ahí tenía a la pobre Antoinette varada en el capítulo séptimo, en una estación, esperando...¡ Pues de momento ahí se quedaba. Tampoco quería hacerla esperar mucho pero... Julia cruzó las manos sobre su nuca y enderezó el cuerpo.
Pero qué perdidos he tenido los vientos¡ La que espera no es Antoinette: soy yo. Vaya...parece que he encontrado el principio de la traducción. Lo habré encontrado? No me lo puedo creer. Vamos a ver que sale..."Estación de Atocha. La una de la tarde. Me queda otra hora de espera...Llegará sobre las dos"
Mientras Julia escribe rodeada de silencio y de sombras, Antoinette mira la punta de sus botines en Gare Montparnasse. Un siglo antes.