lunes, marzo 29


Primer Poema

No te lo creerás,
pero hay un monte con miles de campanas
y hay otro con sólo una.
Una que el viento y yo conocemos.

Sé que no te lo podrás creer,
parece imposible,
pero el mar siempre nos surca la cara,
nos llena los ojos de agua
y la vida de cuentos antiguos.

Puedes dudar de mi palabra,
pero una noche tocarán para ti
todos los violines de la tierra
y sólo una mano,
la mía,
te marcará
la cintura.

Se te hará corto el viaje…
y también largo.
Pero creételo,
¡es la vida!

(Esta fotografía es de un amigo, Ángel de Nova, y me gusta. Al principio de todo la vida es como una fuente de colores. Este Primer Poema siempre se merecerá, con cicatriz o sin ella, esa fuente de colores. Pues eso.)

jueves, marzo 18

Lo bueno
Algo bueno? Algo bueno... Que el viento viene templado. Que anoche estuve rodeada de amigos. Que bailé. Que María escanció sidra. Que me regaló una canción "Reconstrución". Que Francisco y Miriam hicieron verduras en tempura. Y Nieves una ensalada de mango. Que besé y abracé. Que regalé siete canciones de Zenet. Y me abrazaron y besaron. Que volví a coger una guitarra. Que conté un cuento y Pepe me pidió que lo volviera a contar. Que mis "chicas de oro"(es otra historia...) me regalaron ayer por la tarde un joyero con tapa de corazones. Y que me dieron achuchones. Que Isabel tiene un novio que habla muy poco. Que anoche echamos en falta a Javier. Que Andrea trasnochó sólo por estar con nosotros. Que hoy ha amanecido. Que la vida pasa. Y los aniversarios. Y hoy está pasando: ya son las ocho menos cuarto. Y fíjate, esta mañana creía que los segundos no corrían. Que por fin he entendido que somos lo que pensamos. Y yo pienso ser feliz. Que no quiero momentos felices. Que quiero felicidad porque la felicidad es un compromiso personal. Que después de tiempo he vuelto a jugar al golf. Y a ganar. Que tengo que aprender alemán en cinco meses y sé quién me va a enseñar. Que soy capaz de dominar el silencio (casi). Que no me da la gana dominar el tiempo. Que no sirven de nada los caparazones. Lo bueno siempre tiene que ver con el amor. Que el amor es de las pocas cosas que no me he dejado en el camino. Que tengo suerte. Que quiero mirar una esfera llena de luz, con curiosidad, con una sonrisa ladeada, con los ojos de la niña que fuí. La mujer que soy. Nada más. Sumo y sigo.

martes, marzo 2

La Madre Gorda.
En aquella casa vivió la madre gorda. No sólo ella. Era una casa de vecinos y también vivía Antonia la de carrete y Rosi la del guardagujas. Te acuerdas de ellas, niña? Te has hartado de jugar con sus hijos en la plazoleta. La madre gorda siempre andaba por ahí con sus ínfulas de gran señora... (esto último lo contaba mi abuela con mucha guasa, casi poniéndose de puntillas)... Cuando a su marido lo destinaron a un villorrio de Madrid, de esos que crecen como madalenas, le entró la prisa de regalarlo todo para poner el pisito nuevo. A Antonia le dió el aparador con figuras de negros en cada esquina que de tanta roña ni la nariz se les distinguía; y a la cordobesa le regaló su camila, una gallina americana de muy buen porte. Mucha prisa se da la madre gorda en deshacer la casa, decíamos las vecinas, algunas más alto que otras. Parecía que sus dineros eran los mejores y rebuscaba hasta el fondo en el carro del hortelano mientras sus pechos enormes de helado de nata (...y esto sí que es un recuerdo mío: mi abuela nunca habría dicho algo así) se desbordaban entre los rojos y verdes de la saca. Cuando Antonia fregó el aparador con sosa, lo barnizó y a los dos negrillos se les empezaron a distinguir los rulos del pelo y los ojazos, a la madre gorda casi le da un telele. ¡Hasta tuvo la cara de volver a pedírselo! Pero la otra en sus trece, que se lo había regalado y que santa Rita, santa Rita... La cordobesa no tuvo tanta suerte, niña. El piso de Madrid no se acababa nunca y la madre gorda veía como su camila se ponía recia. Un día se arremangó el mandil y se presentó en casa de la cordobesa a por la gallina. Ésta que ¡ni hablar! y la hija corriendo y apartándola a manotazos. Como una fiera, viendo que no alcanzaba a su camila, entró en el corral y arrambló con tres pollos. Los envolvió en su mandilón y se marchó echando pestes. Naturalmente alguien, vete a saber quién, le sacó un cantar y en verano, en los corros de las puertas, nos hartábamos de decirlo. Cuando por fin le dieron las llaves del piso, todos descansamos y a mí hasta me dió pena verla subir al tren. Hace unos años fui a Madrid de médicos, ya sabes, niña, y la visité. ¡Cuánto me acuerdo de los pichones de Abono! me decía, cruzando las manos sobre el pecho. No había cambiado. ¡Qué ansia tenia!
(Me imagino que debería estructurar este blog por etiquetas pero la verdad me da un poco de pereza. Quizás más adelante...cuando los post me desborden. En fin, si existiera la etiqueta correspondiente, este relato estaría en la de "De Almodóvar". No creo que a mi paisano le importara el uso del apellido. Me gustaría descubriros La Mancha. Como Almodóvar.)

lunes, marzo 1

Tiempo y silencio.

Ya no puedo hacer nada. Nada depende de mí. Me he quedado hasta el final. Tiempo y silencio. Y necesito que los dos, tiempo y silencio, sean mi bálsamo. Para mi alma. Cuántos días? Cuántos meses? No lo sé. Me tiene que dejar de doler. Tengo que empezar a doler yo. He sufrido, sufro por mi pérdida. Pero quien me pierde, pierde mucho. Hasta ahora no me había dado cuenta.
Ya no os hablaré de mi cicatriz. Este es mi último post al respecto. A partir de ahora empiezan los cuentos de pirata.