
Era agua.
Y latía...
Latía en los años que pasé sin ti,
desprovista de todo,
de lo que fui
y de lo que soñé que sería.
Discurría desnuda
por el cauce que cada mañana,
como muros,
levantaba el silencio de la noche,
el miedo de vivir sola
en una cumbre ártica.
Y agua es, al fin, la que brilla en las horas
de los días que me quedan,
la que llena mi corazón
y lo vacía
para que cumpla la prescripción vital
de seguir viviendo,
de, aunque ya no viva, regalarte el latido
de lo que ahora sí soy.
Victoria. (Valdepeñas, 2008)
¡Me encanta! Ya lo sabes, pero espero impaciente el cuento. Seguro que será maravilloso.
ResponderEliminarA mi también me ha encantado...
ResponderEliminarUn aplauso.